jueves, 14 de abril de 2011

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A


Domingo 17 de Abril, 2011

Verdaderamente éste era hijo de Dios
Vivamos santamente unidos a Jesús

Lecturas:
Is 50, 4-7: No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado
Salmo 21: Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo
Flp 2
,6-11: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
Mt 26,14 - 27,66: Relato de la Pasión y Muerte de Jesús según san Mateo

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.
            Las lecturas de este domingo, con el cual se abre la semana Santa, nos ayudan a pasar con Jesús, a través de la muerte, a la nueva vida: es la imagen de Isaías del Siervo de Yahvéh.
En esta parte del texto de Isaías se nos presenta al Siervo sufriente (profecía sobre lo que deberá vivir y padecer el Mesías, Jesús) con una característica que lo hace profeta, y es que el Señor le ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento; y que mañana tras mañana, el Señor despierta su oído, para que escuche, como discípulo. “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”. La escucha de la Palabra de Dios lleva a transmitirla, ese mismo ardor en la escucha ensancha y enardece el corazón para anunciarla, por eso mismo llevará al Siervo de Yahvéh al extremo de dar la vida por hacer la voluntad de Dios: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
            Siguiendo a Pablo -en su carta a los filipenses-, se nos dice que “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”. El Siervo de Dios, Jesús, se abajó hasta nosotros, Él, que era el Verbo de Dios, la Palabra pronunciada, se hizo uno como nosotros para llevarnos a Dios, y es así, que “hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
            Dios no lo abandonó a la suerte sino que lo exaltó, reconociéndolo Señor.
Las lecturas en general (incluida la de la Pasión), nos presentan las actitudes del Siervo -que anuncia Isaías- y que se cumple perfectamente Jesús: las dificultades, la persecución, los golpes e insultos, los ultrajes, y la confianza en Dios que le hace ser fiel hasta el final.
Y ¿para qué todo esto? No es sólo para saber de la misión de Jesús, el Mesías, sobre nosotros, sino también para que nosotros lo imitemos en su entrega, en su escucha y obediencia a la voluntad divina y a su vez tengamos ánimo y valentía en seguir a Dios confiándonos sólo en Él.
Sí, iniciamos así la semana Santa en su camino hacia la Pascua de Cristo, y pascua nuestra, pues “pascua” significa el “paso” de la muerte a la vida.
Las tres lecturas presentan el dolor de Cristo, la aceptación de su cruz, la experiencia del abandono de Dios (expresado en el salmo), donde se ve el desenlace dramático en la soledad y en el dolor del Siervo que hasta se siente olvidado incluso por Dios: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”.
La experiencia de la cruz Cristo es solidarizarse con nuestra condición humana, pero en profundidad, llegando hasta probar la misma muerte. Aún así, hay esperanza, pues el Siervo se siente sostenido por su Dios: “Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
En este acompañar a Jesús en su Pascua, estamos invitados a meditar, orar y revivir este misterio en nuestra existencia, aceptando con fidelidad lo que significa ser cristianos con una confianza absoluta en Dios, donde la última palabra no la tiene el pecado y la muerte, sino la gracia en abundancia y la vida eterna en Cristo Jesús.
El itinerario cuaresmal (ya llegando a su fin), en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Para termina… Ser fiel en el amor a Dios, incluso cuando la fidelidad se hace difícil, es vivir la “sabiduría de la cruz”, que debe iluminar la existencia de la vida humana hasta el día de la resurrección. Porque Cristo, con su resurrección, hace capaz al hombre de transformar las duras experiencias de la vida en una verdadera participación a sus sufrimientos. Sólo la fuerza en el Señor resucitado, puede iluminar las mentes con la sabiduría de la cruz y guiar a los hombres a la perfecta madurez.
Cargar con la cruz significa asumir la “locura” y el “escándalo” (cf. 1Co 1,18.23; Ga 5,11) que ello conlleva. Es la locura y la debilidad de Dios por la humanidad (cf. 1Co 1,25); porque Dios eligió lo necio, lo débil, lo plebeyo y despreciable, lo que no es, lo que no cuenta, lo que no existe, para anular lo que existe (cf. 1Co 1,27-28). Por eso la gran lección de Dios en la cruz es la solidaridad con los últimos de este mundo.
No se entiende la cruz de Cristo sin las cruces del mudo y los crucificados de la historia; no se entiende la cruz de Jesús sin la realidad de un mundo que crucifica. La cruz revela la realidad de este mundo y su capacidad de dar muerte.
Con su muerte viene la resurrección, porque la muerte no tiene en Él la última palabra; por eso la redención procede del vínculo entre la cruz de Cristo y su resurrección. La cruz no tiene sentido sin la resurrección, y ambas constituyen el kerygma cristiano.

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