sábado, 2 de abril de 2011

Cuarto Domingo de Cuaresma – Ciclo A


Domingo 03 de Abril, 2011 

El Señor es mi pastor, nada me falta 
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor

 Primera Lectura 
Lectura del primer libro de Samuel (16, 1. 6-7. 10-13) 
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: “Ve a la casa de Jesé, en Belén, porque de entre sus hijos me he escogido un rey. Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete”. Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Este es, sin duda, el que voy a ungir como rey”. Pero el Señor le dijo: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”. Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo: “Ninguno de éstos es el elegido del Señor”. Luego le preguntó a Jesé: “¿Son éstos todos tus hijos?” El respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”. Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”. Y Jesé lo mandó llamar. El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es”. Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos.
 Palabra de Dios. 
Te alabamos, Señor.

 Salmo Responsorial Salmo 22 
El Señor es mi pastor, nada me faltará.
 El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.
 El Señor es mi pastor, nada me faltará. 
Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
 El Señor es mi pastor, nada me faltará. 
Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. 
El Señor es mi pastor, nada me faltará. 
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. 
El Señor es mi pastor, nada me faltará.

 Segunda Lectura
 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los efesios (5, 8-14) 
Hermanos:
En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y la verdad. Busquen lo que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas. Al contrario, repruébenlas abiertamente; porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da rubor aun mencionarlas, al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz. Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
 Palabra de Dios.
 Te alabamos, Señor.

Evangelio 
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (9, 1-41)
 Gloria a ti, Señor. 
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron:
“Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”
 Jesús respondió:
 “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar.
 Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo:
“Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Enviado’). El fue, se lavó y volvió con vista.
 Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”.
Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?”
El les respondió:
“El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”.
 Le preguntaron: “¿En dónde está él?”
Les contestó: “No lo sé”.
 Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista.
 El les contestó:
“Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”.
 Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?”
El les contestó: “Que es un profeta”. 
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”.
Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’. 
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”.
 Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”.
 Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera. 
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”
 El contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?”
 Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”.
 El dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
 Entonces le dijo Jesús:
“Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él preguntaron: “¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?”
Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
 Palabra del Señor. 
Gloria a ti, Señor Jesús. 

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.
Hoy la lectura del 1° libro de Samuel nos ayuda a conectar con el evangelio, pues el pueblo de Dios se planteó desde antiguo el problema de cómo llegar a saber quién era el ungido de Dios. Así aparecían muchos que se decían mesías.
En la época de Samuel, el profeta de Dios, buscó por inspiración divina a un líder que sacara al pueblo de la crisis. La unción profética legitimaba la acción de un nuevo líder salvador del pueblo; y aunque no lo nombra, el ungido será David. El profeta se confunde y cree que el que es más perfecto a los ojos de los hombres ése debe ser ungido Rey, peor Dios le hace saber que debe ser aquél que es visto por Dios y según la mirada y voluntad de Dios.
Nos imaginamos que en la época de Jesús, el pueblo de Dios que habitaba se enfrentó a un interrogante: ¿cómo reconocer a Jesús como ungido de Dios? El mismo Juan Bautista se preguntaba si era él el Mesías esperado. Muchos se oponían a reconocer en él al ungido del Señor, movidos sólo por prejuicios culturales, políticos, religiosos y sociales.
Los signos y prodigios de Jesús realizados causaron un impacto en la gente, y frente a los letrados y entendidos de la Ley que se resistían a creer en Jesús, se produjo una controversia con la cual se sucedieron varios hechos que culminaron con la muerte de Jesús.
Por eso mismo, al leer el texto del evangelio de hoy, salta a la vista el problema del cual hablamos. Los fariseos plantean un problema al ciego de nacimiento curado por Jesús: es un pecador porque no respeta el sábado, por eso no puede hacer milagros y no está ungido por Dios si no está de acuerdo a la Ley de Dios. En el fondo era el problema de una vida cerrada a una Ley que en vez de dar vida, los hacía perder lo esencial, ¡la caridad!
Por otra parte, el ciego que recupera la visión puede descubrir que su problema no es un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados o por sus pecados, como le dicen los fariseos: “estas lleno de pecado desde tu nacimiento”. Jesús demuestra que en la limitación y en la enfermedad puede reinar: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió… Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”. 
El problema físico era una marca social y religiosa que lo marginaba, pero Jesús muestra que puede salvarlo de la carga de desprecio socio-cultural-religioso, y lo libera de tal marginación social y lo conduce hacia la comunidad.
En el fondo se trata de un verdadero «drama teológico» donde un ciego se convierte en el centro del discurso pues cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Se percibe que hay algo grande que ha sucedido pero no creen que Jesús sea la causa de la curación del ciego. Un simple hombre que encima obra en sábado, día sagrado de descanso. Todos (vecinos, fariseos, jefes del templo) preguntan al ciego lo sucedido, y hasta entran en juego los padres del mismo para corroborar el milagro sucedido en su hijo, pero no se juegan mucho por temor a que los fariseos los expulsaran del templo por creer en Jesús como mesías.
En un momento Jesús se hace el encontradizo con él al enterarse de que ha sido expulsado de la sinagoga judía.
Es el segundo paso de tan gran milagro; primero fue el de la vista corporal, ¡ahora es el milagro de la fe! Y en este nuevo encuentro con Jesús a quien el ciego no había podido ver antes, ahora llega a «verlo en plenitud» por la fe: “Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”  El contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. El dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Así la luz de la fe llega también a sus “ojos” reconociendo en Él al enviado-ungido de Dios, el Señor digno de adoración.
Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir: los que creían ver no ven, y los que no veían consiguen ver. En definitiva ¿qué es lo que hay de fondo?  Jesús, Él es la luz que ilumina a los hombres: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como Luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz» (Benedicto XVI – discurso sobre la Cuaresma 2011). Amén.

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