miércoles, 27 de abril de 2011

Segundo Domingo de Pascua - Ciclo A


Domingo 01 de Mayo, 2011

Domingo de la Divina Misericordia
Dichosos los que creen sin haber visto
Tú que eres la vida, escúchanos

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-47)
En los primeros días de a Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles
hacían en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos,
 según las necesidades de cada uno. Diariamente sereunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba.
Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 117
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”. Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Querían a empujones derribarme, pero Dios me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi alegría, en el Señor está mi salvación.
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1, 3-9)
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a 
Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede 
corromperse ni mancharse y que él nos tiene reservada como herencia en el cielo. Porque ustedes 
tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación
 que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos.
Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego.
A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)
Gloria a ti, Señor.
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús:
“La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo.
A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”.
Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que resucitó a Jesús de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte, permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en ustedes y sean signos de la presencia del resucitado en medio del mundo.
La 1° lectura nos comenta cómo vivían las primeras comunidades, compartiendo todo en la fe y en la caridad, en la esperanza de la venida definitiva del Señor Glorificado.
El Evangelio nos muestra la aparición de Jesús y un mandato: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el 
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Jesús les comunica LA PAZ a sus discípulos, signo de los frutos de la resurrección, y les muestra los signos de la crucifixión, pues el mismo crucificado es el resucitado (“Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría”).
Pero en ese día faltaba Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
 A los ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos y Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos. Y le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.
El Evangelio nos muestra distintas cosas, por un lado, que la fe no necesita pruebas, pues creer significa confiar y aceptar lo que el otro me comunica, por eso dice Jesús: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”. Por otra parte, nos hace ver que aquellos (nosotros entre éstos) que no conocieron a Jesús, que no estuvieron en contacto con Él no son menos por tal motivo, sino que ¡es la misma fe en Cristo Jesús!, también porque aquellos que nos la transmiten son los testigos cualificados de estos hechos, y por eso creemos en su palabra; por eso dice san Pedro:
“A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe”.
El texto del Evangelio termina diciendo: “Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”. Sí, esa es la intención, que creamos en lo que nos fue transmitido a través de los testigos de estos hechos.
Y esto es lo que nos sirve y servirá de aliciente en las pruebas y en la vida cotidiana, es lo que nos ayudará a alimentar nuestra fe y nuestro amor en el Señor. “Por esta razón –dice san Pedro-, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo.  Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego”.
Hermanos y hermanas en el Señor, elevemos nuestra oración diciendo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni mancharse y que él  nos tiene reservada como herencia en el cielo”. 
Porque nosotros al tener fe en Dios, él nos protege con su poder, para alcanzar la salvación que  nos tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos. Amén.

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