miércoles, 4 de mayo de 2011

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo A


Domingo 08 de Mayo, 2011

Enséñanos, Señor, el camino de la vida
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 14. 22-33)
El día de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y levantando la voz, dijo:
“Israelitas, escúchenme. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de él y que ustedes bien conocen. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz.
Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. En efecto, David dice, refiriéndose a él: Yo veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que él está a mi lado para que yo no tropiece.
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua se alboroza; por eso también mi cuerpo vivirá en la esperanza, porque tú, Señor, no me abandonarás a la muerte, ni dejarás que tu santo sufra la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida y me saciarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, que me sea permitido hablarles con toda claridad: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero, como era profeta, y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente suyo ocuparía su trono, con visión profética habló de la resurrección de Cristo, el cual no fue abandonado a la muerte ni sufrió la corrupción.
Pues bien, a este Jesús Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos.
Llevado a los cielos por el poder de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo prometido a él y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 15
Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1, 17-21)
Hermanos: Puesto que ustedes llaman Padre a Dios, que juzga imparcialmente la conducta de cada uno según sus obras, vivan siempre con temor filial durante su peregrinar por la tierra.
Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir, heredada de sus padres, los ha rescatado Dios, no con bienes efímeros, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, al cual Dios había elegido desde antes de la creación del mundo, y por amor a ustedes, lo ha manifestado en estos tiempos, que son los últimos.
 Por Cristo, ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo llenó de gloria, a fin de que la fe de ustedes sea también esperanza en Dios.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (24, 13-35)
Gloría a ti, Señor.
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. El les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?”
El les preguntó: “¿Qué cosa?”
Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.
Entonces Jesús les dijo:
“¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos.
Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron:
“De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que resucitó a Jesús de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte, permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en ustedes y sean signos de la presencia del resucitado en medio del mundo.
Nos detendremos en la lectura del evangelio. Intentaremos realizar distintas miradas.
Por un lado, el texto nos ofrece una comprensión de lo que se realiza en cada Eucaristía. Dos de los discípulos vuelven desilusionados por lo de la muerte de Jesús; en el camino, Jesús se hace el encontradizo y les pregunta por lo que están viviendo, y les explica las Escrituras yendo de camino, e iluminándoles con Ella la existencia. Al llegar al lugar, Jesús parte el pan para ellos y lo reconocen en ese gesto. Él desaparece y los dos discípulos se ponen de camino a anunciar lo que han vivido en su encuentro con el crucificado-resucitado. En cada Eucaristía sucede lo mismo: cada uno de nosotros se acerca con sus historias, sus problemas, sus experiencias, sus expectativas, en fin… con sus vidas. Al encontrarnos Jesús nos explica las Escrituras sobre Él en nuestras vidas, y nos prepara para la Eucaristía. Esta es la liturgia de la Palabra; y al celebrar a continuación la liturgia de la Eucaristía, Jesús se hace presente en medio nuestro en la fracción del pan, donde lo reconocemos como Señor y Dios nuestro. Y al final, somos enviados a anunciar lo que hemos celebrado: el encuentro con Jesús en nuestras vidas. Somos enviados a dar testimonio de lo que hemos sido testigos, de lo que hemos visto y oído.  
            Por otro lado, podemos hacer otra lectura del texto evangélico.
Dice el texto que “el mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén… Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero… no lo reconocieron. El les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?” Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?”… “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron”.  Seguramente, estos dos discípulos se volvían a su pueblo desilusionados de todo pues esperaban la liberación de Israel por parte de Jesús, un “profeta poderoso en obras y palabras”. Su concepción del Mesías era un tanto errado, esperaban un Mesías triunfalista, derrocador del poder de los romanos que los sometía. Pero Jesús no había venido a anunciar esto.
Y se ve que era tanta su desilusión que hasta estaban escépticos. Seguramente –si eran discípulos- habrían escuchado alguna vez cuál era la misión del Cristo, de lo que le iba a suceder, pero les pasó como al resto de los discípulos y apóstoles: no creyeron en lo que Jesús les había anunciado. Habían estado muchas veces preocupados en saber quién era el más grande y seguramente esto no les ayudó a escuchar con apertura y claridad el mensaje del Cristo.
Y tal escepticismo se reflejaba en su comentario – además, ¿cómo dar crédito al mensaje de las mujeres que decían que lo habían visto?-: “Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”. Les parecía todo habladurías, y no daban crédito a lo que les decían a pesar de que Jesús lo había anunciado: “al tercer día resucitaré”.
Entonces el peregrino –Jesús- arremete y les dice: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Jesús les hace una catequesis sobre la historia de la salvación teniendo como centro a Él mismo. Trata de hacerles entender lo que realmente pasó, pero no se apura a quitarle las vendas de sus ojos, es más, va de camino con ellos “hasta en dirección equivocada” para hacerlos entrar en el verdadero Camino explicándoles la Verdad, mostrándose como la Verdad, para que tengan Vida, y vida eterna.
Y al acercarse al pueblo a donde se dirigían, Jesús hizo ademán de seguir; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. En todo el recorrido Jesús fue preparando sus corazones para que le abrieran y lo dejaran entrar y quedarse con ellos y en ellos, sólo les faltaba que se les quitara las vendas de sus ojos de la incredulidad, que no les dejaban reconocerlo. Y así fue que cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. En el momento en que se les abren los ojos de la fe, ya no necesitan más de la presencia física de Jesús, pues ya él entró en sus corazones y pasó a formar parte de sus vidas. Ya todo comenzaba a cobrar sentido y se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”.
Este encuentro con el Señor produjo tal cambio en sus vidas, que se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron:
“De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. De discípulos desilusionados y tristes, pasaron a ser discípulos anunciadores de lo que habían visto y oído. Testigos cualificados de la presencia del resucitado en sus vidas.
¿Cuántas veces nos sucede como a los discípulos de Emaús? Vivimos desalentados, decepcionados, tristes cuando las cosas no salen como lo esperamos o como creíamos que debía ser, y más cuando es algo importante… muchas veces el primer culpable de todo es Dios, porque no responde o no corresponde a lo que esperamos, a lo que pensamos y creemos. Pero el Señor se pone a nuestro lado, sin presionarnos, sin forzarnos a creer, simplemente se coloca como compañero de camino, nos escucha nuestras críticas, nuestros enojos, nuestros desahogos, etc. y camina a nuestro lado aún cuando estamos equivocados, y nos espera, nos va dando signos de su presencia, para que poco a poco vayamos abriendo el corazón y dejarlo entrar. La Palabra de Dios y Eucaristía son armas claves para nuestra vida, y para descubrir presente al Señor en nuestras vidas.
Gracias Señor por no dejarnos solos, por caminar a nuestro lado, por ser Camino para recorrer contigo; por ser Verdad a descubrir de tus labios y abrazarla con la fe; por ser Vida eterna para nuestras vidas dolidas y golpeadas por el pecado y nuestras miserias. Bendito y alabado seas Señor Dios nuestro por quedarte con nosotros cuando la tarde se hace noche, porque contigo nunca se esconde el sol. Amén.

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