jueves, 17 de noviembre de 2011

Jesucristo, Rey del Universo


Domingo 20 de Noviembre, 2011

Solemnidad
El Señor es mi pastor, nada me falta
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Ezequiel (34, 11-12. 15-17)
Esto dice el Señor Dios:
“Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando  las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los  lugares por  donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad.
Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia.
En cuanto a ti, rebaño mío, he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 22
El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.

Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término.
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (15, 20-26. 28)
Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.
En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.
Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (25, 31-46)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria,  acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.  Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su  izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino  preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron,  enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos  de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te  fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis  hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado  para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y  encarcelado y no me visitaron’.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo,  enfermo o encarcelado y no te asistimos?’
Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes,  tampoco lo hicieron conmigo. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna’”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            En la primera lectura el profeta Ezequiel nos presenta la imagen del pastor y su rebaño, una imagen muy común y arraigada en la experiencia del pueblo, de origen nómada y de una civilización de pastores. Dios, por boca del profeta Ezequiel denuncia los abusos de los pastores de Israel y frente a esto, anuncia que será el mismo Dios quien será el verdadero Pastor del rebaño.
            Para contextualizar, nos encontramos en el tiempo de la diáspora de Israel y del exilio de Israel en Babilonia. Una monarquía incapaz llevó al pueblo a la dispersión y al exilio. Por eso será el mismo Yahvéh quien salvará a su pueblo haciéndose y siendo el Pastor, y lo hará saliendo a buscar las ovejas descarriadas, a las perdidas, a las que están dispersas, y una vez reunidas las llevará a la tierra de donde fueron sacadas: “Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ti, rebaño mío, he aquí  que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”. En la figura del Pastor, Dios expresa los sentimientos y deseos de su corazón.
            El texto de Ezequiel termina con que Dios juzgará entre “entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”, y es de lo que en definitiva nos habla el Evangelio de hoy, el juicio universal: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.  Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda”.
            El juicio del cual habla el Evangelio será (como dice San Juan de la Cruz) sobre el amor, según las obras de amor hacia el prójimo; no habla de una mayor o menor fe, o de otras cosas, sino de las obras de caridad para con el prójimo, en donde está Jesús mismo representado. No interesa tampoco si se dieron o no cuenta si estaba o no Jesús en quienes hicieron –o no- la obra de caridad. Así, las obras que pueden salvarnos son las que son hechas con amor, pues seremos juzgados por el amor.
            Lo que acabamos de decir lo vemos en la pregunta que hacen los que son llamados “bienaventurados” o “benditos de mi Padre”(que por otra parte es la misma que hacen los que son llamados “malditos”: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de  beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?”. Hay un asombro por parte de ellos al darse cuenta que cada vez que realizaban estos gestos lo hacían con el Señor: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más  insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. Y lo mismo será para los otros, cada vez que no hicieron algo por uno de estos mis hermanos tampoco lo hicieron conmigo, dice Jesús.
            Cada uno con sus obras, con el vivir o no el amor y la caridad va construyendo su futuro, nada se improvisa en esta vida ni en la otra, por eso los textos del capítulo 25 de Mateo son una serie de parábolas o relatos que nos hablan de los que sucederá, en todas se refleja la escatología. Pero también en cada una se resaltan distintas cosas, las cuales se deben vivir ya desde ahora: como el estar vigilante, con las lámparas encendidas, en gracia de Dios, cumpliendo con el servicio encargado por el Dueño de casa, poniendo en práctica el talento recibido para cuando regrese el Señor, etc.
            El texto de hoy se refiere al cumplimiento del mandamiento del amor, de la caridad (o a su incumplimiento), con el cual ya uno anticipa en este mundo lo que será luego en el juicio final. Aún cuando no sepan que lo hecho por el prójimo es también realizado en Jesús, hay una actitud de fondo, que es lo que Jesús nos relata en la parábola del buen samaritano: alguien que se toma en serio el cuidado del otro, aún cuando es extranjero, aún cuando no lo conoce, se hace cargo del otro. Y es quizás lo difícil de vivir intentando ser fieles al amor, a la caridad, pues no siempre –y sobre todo hoy día donde hay tanta inseguridad- se está dispuesto a abrir las puertas a alguien que no se conoce; pero Jesús no habla de conocidos o no, sino de personas que pasan alguna necesidad por distintos motivos; tampoco juzga porqué se dan esas situaciones, sólo mira el bien que se puede hacer a aquél que está necesitado.
            Creo que una imagen concreta y real de ese amor al prójimo como nos es presentado en el Evangelio de hoy, se da en la beata Madre Teresa de Calcuta, ella sintió la necesidad de servir a Jesús en los más pobres entre los pobres.
            El Cristo que se nos manifestó, que se nos dio a conocer es la imagen de un Dios solidario, que aún en la cruz se hace solidario con nuestro pecado y nuestras miserias, y eso quiere que hagamos también nosotros, que seamos solidarios en la caridad con aquellos que nos necesitan. Podemos comenzar por casa, por aquellos de nuestro entorno familiar y de amigos que necesitan de nosotros, veamos en ellos a un Jesús que nos pide que lo cuidemos, que lo asistamos, que lo amemos.
            En la segunda lectura San Pablo nos presenta a Cristo y su resurrección: “Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.
En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida...
Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos… y así Dios será todo en todas las cosas”. San Pablo enseña que así como Jesucristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos.
            La solemnidad que celebramos hoy de Cristo Rey se refiere precisamente a lo que las lecturas nos han propuesto. Cristo vino a la tierra para instaurar el Reino de Dios, Él mismo es el reino de Dios aquí en la tierra, y se continúa construyendo su Reino aquí en la medida en que nosotros lo hagamos presente con nuestras vidas y nuestras obras, realizando lo que Él mismo nos enseñó con sus palabreas y obras.
            Pidamos la gracia al Señor de poder vivir siempre amando a Jesús e incorporando su mensaje en nosotros, para poder vivirlo con cada uno de nuestros hermanos. Amén.



A continuación una reseña de la Solemnidad de hoy:

ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:

Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:

“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;

“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;

“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.

Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.

El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.

Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.

A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.

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