Domingo 27 de Noviembre, 2011
A ti, Señor, levanto mi alma
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Primera Lectura
Lectura del libro del
profeta Isaías (63, 16-17. 19; 64, 2-7)
Tú, Señor, eres nuestro
padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre.
¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus
mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de
no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que
son tu heredad. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo
las montañas con tu presencia.
Descendiste y los montes
se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni
nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas
en favor de los que esperan en él. Tú sales al encuentro del que
practica alegremente la justicia y no pierde de vista
tus mandamientos.
Estabas airado
porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos
éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos
estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos
arrebataban, como el viento.
Nadie invocaba tu
nombre nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque
nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestra culpas.
Sin embargo, Señor, tú
eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero;
todos somos hechura de tus manos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo
Responsorial Salmo 79
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Escúchanos, pastor de Israel;
tú que estás rodeado de querubines, manifiéstate, despierta tu poder
y ven a salvarnos.
Señor, Dios de los
ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa
plantada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste.
Que tu diestra defienda
al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos
alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder.
Segunda Lectura
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los corintios (1, 3-9)
Hermanos: Les deseamos
la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo
Jesús, el Señor.
Continuamente agradezco
a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por
medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con
abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento;
porque el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en
ustedes a tal grado, que no carecen de ningún don ustedes, los
que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El
los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de
su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con
su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel.
Palabra
de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo
Evangelio según san Marcos (13, 33-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: “Velen y estén preparados, porque no
saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va
de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe
hacer y encarga al portero que esté velando, así también
velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño
de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del
gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de
repente y los halle durmiendo.
Lo que les digo a
ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el
Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo
habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del
mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
Hoy comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento,
que es un tiempo de esperanza-espera, esperanza responsable y vigilante ante la
venida del Señor, primero, en su segunda venida para coronar su obra de
salvación en la eternidad, y segundo, en su primera venida en la carne, nacido
de María Virgen.
En la primera lectura, del profeta Isaías, se nos
presenta a Dios como redentor, porque su nombre es tal, y a su debido tiempo
hará justicia y obrará la salvación: “Tú,
Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde
siempre”. “Descendiste y los montes
se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni
nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas
en favor de los que esperan en él. Tú sales al encuentro del que
practica alegremente la justicia y no pierde de vista
tus mandamientos”.
La queja de parte de los hombres se refiere al
comportamiento que en cierto modo Dios ha permitido, pero en definitiva, cambia
el discurso y se reconoce que no hay una lejanía de Dios sino un
desentendimiento del hombre en cumplir y vivir la voluntad de Dios: “¿Por qué, Señor, nos has
permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón
hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las
tribus que son tu heredad… Estabas airado porque nosotros pecábamos y
te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra
justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como
las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento”.
La dejadez del pueblo, la corrupción de sus corazones fue
poco a poco apagando el celo por Dios y por la Ley, al punto de que “nadie invocaba tu nombre nadie se
levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y
nos dejabas a merced de nuestra culpas”. Pero aún así el Señor se
compadece de su pueblo, y lo salva porque: “tú
eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero;
todos somos hechura de tus manos”. Dios no va a dejar que el mal
triunfe, pues no por nada se manifestó a los hombres y les reveló su alianza y
su proyecto de redención hecho pleno en Jesucristo.
En el relato del Evangelio se nos invita: “Velad,
pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa”. Estamos así en tono con
la segunda venida de Cristo en su gloria; por eso mientras se realiza la
segunda venida de Cristo, todo creyente ha de vivir en fidelidad y constante
vigilancia. Para que no suceda como lo que se nos narra en la primera lectura,
es necesario vivir en esta actitud de espera vigilante, no por miedo a lo que
pueda suceder, sino en la espera gozosa de quien vive en unión de amor con Dios
y los hermanos, por eso, el cristiano verdadero es aquél que vive el Evangelio
en alerta permanente ante lo eterno, en intimidad con Cristo. Por lo tanto, no
podemos vivir adormecidos, olvidándonos del encargo-vocación-misión recibido de
Dios. Debemos vivir el Adviento perpetuo de la vida con esperanza y alegría. Por
supuesto que esto exige un estar alertas en la espera responsable a Cristo,
pues –como dice san Pablo en 1
Corintios 1,3-9-: “Aguardamos la manifestación gloriosa de
nuestro Señor Jesucristo”. Porque vivimos ya aquí en la tierra nuestra
salvación eterna, el “ya sí, pero todavía no”. Vivir con Cristo significa que nos
ayudará a mantenernos firmes e irreprochables
hasta su vuelta; nuestra debilidad se vuelve fuerte cuando ponemos nuestra vida
y nuestra confianza en Dios, porque Él es el único fiel: “El los hará
permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de
su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con
su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”.
Con el Salmo
79 nos
animamos a hacer nuestra la oración de pedir la gracia al Señor que nos
restaure, que haga brillar su rostro sobre nosotros y nos salve. Que venga a
visitar su viña. Amén.
1 comentario:
Qué interesante comentario de la Palabra! Gracias por su vocación de acercar la Fe a través de lo virtual. Hay tanto, pero leemos tan poco...
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