miércoles, 27 de abril de 2011

Segundo Domingo de Pascua - Ciclo A


Domingo 01 de Mayo, 2011

Domingo de la Divina Misericordia
Dichosos los que creen sin haber visto
Tú que eres la vida, escúchanos

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-47)
En los primeros días de a Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles
hacían en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos,
 según las necesidades de cada uno. Diariamente sereunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba.
Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 117
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”. Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Querían a empujones derribarme, pero Dios me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi alegría, en el Señor está mi salvación.
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1, 3-9)
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a 
Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede 
corromperse ni mancharse y que él nos tiene reservada como herencia en el cielo. Porque ustedes 
tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación
 que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos.
Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego.
A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)
Gloria a ti, Señor.
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús:
“La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo.
A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”.
Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que resucitó a Jesús de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte, permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en ustedes y sean signos de la presencia del resucitado en medio del mundo.
La 1° lectura nos comenta cómo vivían las primeras comunidades, compartiendo todo en la fe y en la caridad, en la esperanza de la venida definitiva del Señor Glorificado.
El Evangelio nos muestra la aparición de Jesús y un mandato: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el 
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Jesús les comunica LA PAZ a sus discípulos, signo de los frutos de la resurrección, y les muestra los signos de la crucifixión, pues el mismo crucificado es el resucitado (“Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría”).
Pero en ese día faltaba Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
 A los ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos y Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos. Y le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.
El Evangelio nos muestra distintas cosas, por un lado, que la fe no necesita pruebas, pues creer significa confiar y aceptar lo que el otro me comunica, por eso dice Jesús: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”. Por otra parte, nos hace ver que aquellos (nosotros entre éstos) que no conocieron a Jesús, que no estuvieron en contacto con Él no son menos por tal motivo, sino que ¡es la misma fe en Cristo Jesús!, también porque aquellos que nos la transmiten son los testigos cualificados de estos hechos, y por eso creemos en su palabra; por eso dice san Pedro:
“A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe”.
El texto del Evangelio termina diciendo: “Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”. Sí, esa es la intención, que creamos en lo que nos fue transmitido a través de los testigos de estos hechos.
Y esto es lo que nos sirve y servirá de aliciente en las pruebas y en la vida cotidiana, es lo que nos ayudará a alimentar nuestra fe y nuestro amor en el Señor. “Por esta razón –dice san Pedro-, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo.  Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego”.
Hermanos y hermanas en el Señor, elevemos nuestra oración diciendo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni mancharse y que él  nos tiene reservada como herencia en el cielo”. 
Porque nosotros al tener fe en Dios, él nos protege con su poder, para alcanzar la salvación que  nos tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos. Amén.

lunes, 25 de abril de 2011

PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR



El  descenso del Señor al abismo
Anónimo
Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado
¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha des­pertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. 
Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se en­cuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».
A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.
Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu pri­mer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen de­formada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los peca­dos, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.
Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.

jueves, 14 de abril de 2011

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A


Domingo 17 de Abril, 2011

Verdaderamente éste era hijo de Dios
Vivamos santamente unidos a Jesús

Lecturas:
Is 50, 4-7: No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado
Salmo 21: Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo
Flp 2
,6-11: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
Mt 26,14 - 27,66: Relato de la Pasión y Muerte de Jesús según san Mateo

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.
            Las lecturas de este domingo, con el cual se abre la semana Santa, nos ayudan a pasar con Jesús, a través de la muerte, a la nueva vida: es la imagen de Isaías del Siervo de Yahvéh.
En esta parte del texto de Isaías se nos presenta al Siervo sufriente (profecía sobre lo que deberá vivir y padecer el Mesías, Jesús) con una característica que lo hace profeta, y es que el Señor le ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento; y que mañana tras mañana, el Señor despierta su oído, para que escuche, como discípulo. “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”. La escucha de la Palabra de Dios lleva a transmitirla, ese mismo ardor en la escucha ensancha y enardece el corazón para anunciarla, por eso mismo llevará al Siervo de Yahvéh al extremo de dar la vida por hacer la voluntad de Dios: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
            Siguiendo a Pablo -en su carta a los filipenses-, se nos dice que “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”. El Siervo de Dios, Jesús, se abajó hasta nosotros, Él, que era el Verbo de Dios, la Palabra pronunciada, se hizo uno como nosotros para llevarnos a Dios, y es así, que “hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
            Dios no lo abandonó a la suerte sino que lo exaltó, reconociéndolo Señor.
Las lecturas en general (incluida la de la Pasión), nos presentan las actitudes del Siervo -que anuncia Isaías- y que se cumple perfectamente Jesús: las dificultades, la persecución, los golpes e insultos, los ultrajes, y la confianza en Dios que le hace ser fiel hasta el final.
Y ¿para qué todo esto? No es sólo para saber de la misión de Jesús, el Mesías, sobre nosotros, sino también para que nosotros lo imitemos en su entrega, en su escucha y obediencia a la voluntad divina y a su vez tengamos ánimo y valentía en seguir a Dios confiándonos sólo en Él.
Sí, iniciamos así la semana Santa en su camino hacia la Pascua de Cristo, y pascua nuestra, pues “pascua” significa el “paso” de la muerte a la vida.
Las tres lecturas presentan el dolor de Cristo, la aceptación de su cruz, la experiencia del abandono de Dios (expresado en el salmo), donde se ve el desenlace dramático en la soledad y en el dolor del Siervo que hasta se siente olvidado incluso por Dios: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”.
La experiencia de la cruz Cristo es solidarizarse con nuestra condición humana, pero en profundidad, llegando hasta probar la misma muerte. Aún así, hay esperanza, pues el Siervo se siente sostenido por su Dios: “Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
En este acompañar a Jesús en su Pascua, estamos invitados a meditar, orar y revivir este misterio en nuestra existencia, aceptando con fidelidad lo que significa ser cristianos con una confianza absoluta en Dios, donde la última palabra no la tiene el pecado y la muerte, sino la gracia en abundancia y la vida eterna en Cristo Jesús.
El itinerario cuaresmal (ya llegando a su fin), en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Para termina… Ser fiel en el amor a Dios, incluso cuando la fidelidad se hace difícil, es vivir la “sabiduría de la cruz”, que debe iluminar la existencia de la vida humana hasta el día de la resurrección. Porque Cristo, con su resurrección, hace capaz al hombre de transformar las duras experiencias de la vida en una verdadera participación a sus sufrimientos. Sólo la fuerza en el Señor resucitado, puede iluminar las mentes con la sabiduría de la cruz y guiar a los hombres a la perfecta madurez.
Cargar con la cruz significa asumir la “locura” y el “escándalo” (cf. 1Co 1,18.23; Ga 5,11) que ello conlleva. Es la locura y la debilidad de Dios por la humanidad (cf. 1Co 1,25); porque Dios eligió lo necio, lo débil, lo plebeyo y despreciable, lo que no es, lo que no cuenta, lo que no existe, para anular lo que existe (cf. 1Co 1,27-28). Por eso la gran lección de Dios en la cruz es la solidaridad con los últimos de este mundo.
No se entiende la cruz de Cristo sin las cruces del mudo y los crucificados de la historia; no se entiende la cruz de Jesús sin la realidad de un mundo que crucifica. La cruz revela la realidad de este mundo y su capacidad de dar muerte.
Con su muerte viene la resurrección, porque la muerte no tiene en Él la última palabra; por eso la redención procede del vínculo entre la cruz de Cristo y su resurrección. La cruz no tiene sentido sin la resurrección, y ambas constituyen el kerygma cristiano.

martes, 5 de abril de 2011

Quinto Domingo de Cuaresma – Ciclo A


Domingo 10 de Abril, 2011

Perdónanos, Señor, y viviremos
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Ezequiel (37, 12-14)
Esto dice el Señor Dios:
“Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel.
Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor.
Entonces les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 129
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón, por eso con amor te veneramos.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra; mi alma aguarda al Señor, mucho más que a la aurora el centinela.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela, aguarda Israel al Señor, porque del Señor viene la misericordia y la abundancia de la redención, y él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.
Perdónanos, Señor, y viviremos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (8, 8-11)
Hermanos: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.
Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.
Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (11, 1-45)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo:
“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba.
Después dijo a sus discípulos:
“Vayamos otra vez a Judea”.
Los discípulos le dijeron:
“Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?”
Jesús les contestó:
 “¿Acaso no tiene doce horas el día?
El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.
Dijo esto y luego añadió:
“Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”.
Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente:
“Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado ahí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos:
“Vayamos también nosotros, para morir con él”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo:
“Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Jesús le dijo:
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”
Ella le contestó:
“Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar ahí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.
Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó:
“¿Dónde lo han puesto?”
Le contestaron:
“Ven, Señor, y lo verás”.
 Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús:
“Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”.
Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.
Luego gritó con voz potente:
“¡Lázaro, sal de ahí!”
Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo:
“Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida que nos llama a la conversión en su Hijo Jesucristo, nos haga renacer de nuevo por la acción de su Espíritu para una esperanza viva.
            Nos detendremos nuevamente en el pasaje evangélico de hoy, pues es muy rico y complejo en su estructura. El texto de la “resurrección” (en este caso es: reviviscencia) de Lázaro es el culmen de una serie de siete “signos”, por eso este libro de la Biblia es llamado también el libro de “los signos” de Jesús, pues forman la estructura del cuarto evangelio.
El texto que leemos hoy desembocará en la decisión más explícita sobre la muerte de Jesús, donde paradójicamente, con su muerte, se mostrará como Señor de la vida. Lo que realiza en Lázaro es signo patente de que Jesús es la resurrección y la vida. Con este último signo (que es el número 7°, que indica plenitud) se los enemigos de Jesús se deciden matarlo.
Una serie de elementos acompañan el texto en su parte principal, en su preparación previa al desenlace, Marta y María mandan decir a Jesús que su amigo Lázaro está enfermo. Jesús responde: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Pasados esos dos días, Se pone en camino hacia Judea, donde habían querido apedrearlo.  Jesús habla de ir a despertar al amigo, y se alegra de que los discípulos no hayan estado, para que por la obra que Él realizará crean en Él. Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”. Quizás en su inconciencia de lo que decía, estaba anunciando una realidad: la de experimentar los signos de la resurrección, pues al ver a Jesús como Señor de la vida, podrán creer en Él como el enviado de Dios y en futuro creer en el poder de la resurrección.
            Mientras estaba de camino, oyó Marta que Jesús llegaba y salió a su encuentro diciéndole:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”
Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Marta piensa que Jesús se refiere a la resurrección de los muertos al fin de los tiempos. En esa resurrección creían todos los judíos excepto los saduceos (Mt 22, 23).
            Jesús le ayuda a Marta a dar un paso en su fe, pues cree que cuanto pida al Padre se lo concederá, pero cuando le dice que resucitará su hermano y piensa en la resurrección de los muertos la final de los tiempos, Jesús le hace ver que Él es la RESURRECCIÓN Y LA VIDA, y que Él es Señor de la vida.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María. Entonces dijo Jesús:
“Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra. Aunque ella no logra creer todo lo que Jesús le dice, al menos cree que Jesús es el mesías de Dios.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de ahí!” Y salió atado con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Sí, “muchos”, pero no todos, porque la fe es un don, pero depende de cada uno aceptarla o no; de hecho, algunos testigos fueron a contar lo sucedido a los fariseos, los cuales tomaron la decisión de darle muerte.
Creo que las palabras de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida", junto con la resurrección de Lázaro, son el signo más portentoso y la evidencia más clara de lo que Jesús significa para los que creen en él.
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza. Amén.