martes, 18 de septiembre de 2012

Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B


Domingo 16 de Septiembre, 2012

Día del Señor
Señor Dios, qué valioso es tu amor
Caminaré en la presencia del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (50, 5-9)
En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 114
Caminaré en la presencia del Señor.
Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba.

Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.

El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó y protege a los sencillos.

Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago (2, 14-18)
Hermanos míos:
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?
Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice:
“Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizá alguien podría decir:
“Tú tienes fe y yo tengo obras.
A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 27-35)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta:
“¿Quién dice la gente que soy yo?”
Ellos le contestaron:
“Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
Entonces él les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Pedro le respondió:
“Tú eres el Mesías”.
Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras:
“¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo:
“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
 Comentario a la Palabra de Dios
         Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
         Si nos quedamos en el evangelio, quién sabe si Jesús tuvo curiosidad por saber lo que la gente opinaba o decía de Él, y obtuvo la respuesta. Pero la segunda pregunta era mucho más profunda y personal, y Pedro, inspirado por el Espíritu respondió que era el Mesías.
         Jesús, luego de mandar que no dijeran nada a nadie de que Él era el Mesías, comenzó a instruir a los apóstoles sobre qué iba a suceder con este Mesías, y ahí fue donde Pedro llevando aparte a Jesús lo reprendió. Seguramente, y de hecho era así, Pedro tenía una imagen del Mesías muy distinto a lo que Jesús les estaba comunicando; y esto se puede ver en que cada grupo de la época esperaba un Mesías a su medida, a su modo de vida, un Mesías de acuerdo con lo que ellos vivían o profesaban en los distintos grupos político-religiosos de la época de Jesús.
         Quizás nadie se había percatado –o a lo mejor sí- que el Mesías debía pasar por lo que ya antes había anunciado el profeta Isaías, y que vemos en este domingo algún fragmento: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado…?
         Es difícil poder entender que el Mesías esperado desde antiguo debía sufrir todo eso, ¿con qué motivo? ¿por qué razón? Si este Jesús tenía poder de hacer milagros, hasta de revivir muertos, y de atraer a la gente con su palabra… ¿por qué pasar por todo eso que Él decía a sus discípulos?
Y es que este Jesús –el Dios y hombre verdadero- el Verbo encarnado, no vino para facilitarnos la vida, no vino para solucionarnos el hambre del mundo o las enfermedades, o la muerte, o liberarnos de los poderosos y opresores, ¡NO! Jesús vino a través de la encarnación y se hizo uno como nosotros porque de ese modo nos enseñó lo que significa vivir encarnados, vivir lo que nos toca vivir, aún cuando sea muy doloroso. Y es que el vivir pasa por la encarnación, y es en y a través de ella que el hombre puede dejar que dios obre y actúe. Jesús nos enseñó el camino, por eso su discurso en el evangelio de este domingo nos dice: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Tomar la cruz significa hacernos cargo de lo que implica el vivir cada día con sus fatigas, sus dolores, sus sufrimientos, y también sus alegrías y esperanzas.
Te pedimos Señor que nos ayudes a vivir como Tú nos enseñaste, a través del camino de la encarnación, es decir, viviendo encarnados en lo que nos toca vivir en el día a día, en la espiritualidad de lo cotidianos, haciendo a Dios presente y a la vez hacerlo partícipe de nuestra vida, de nuestra historia, para que Él la transforme en historia de salvación. Amén.

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