viernes, 7 de septiembre de 2012

Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B


Domingo 09 de Septiembre, 2012

Día del Señor
Señor, ayúdame a cumplir tu voluntad
Sedienta, mi alma te busca a ti, Dios mío

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (35, 4-7)
Esto dice el Señor: “Digan a los de corazón apocado:
‘¡Animo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos’.
Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará.
Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque y la tierra seca, en manantial”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 145
Alaba, alma mía, al Señor.

El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo.

Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado.

A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente, reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago (2, 1-5)
Hermanos:
Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos.
Supongamos que entran al mismo tiempo en su reunión un hombre con un anillo de oro, lujosamente vestido, y un pobre andrajoso, y que fijan ustedes la mirada en el que lleva el traje elegante y le dicen: “Tú, siéntate aquí, cómodamente”.
En cambio, le dicen al pobre: “Tú, párate allá o siéntate aquí en el suelo, a mis pies”.
¿No es esto tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos?
Queridos hermanos, ¿acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (7, 31-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
“¡Effetá!” (que quiere decir “¡Abrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
 Comentario a la Palabra de Dios
         Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
         En el evangelio de hoy se no muestra a un Jesús que está en contacto con los paganos, signo de lo cual ellos también fueron destinatarios del anuncio del Reino por parte de Jesús.
         Es una de las pocas veces que vemos a Jesús fuera de su país. Dice el evangelio que Jesús, desde la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis (territorio pagano; en aquel entonces ir al «extranjero» era ir al «mundo de los paganos»), fue en ese entorno que le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Él está en medio de gente de otra religión, de personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús y los judíos.
         El evangelio no dice que Jesús está entre los paganos con una actitud de evangelización, en realidad tampoco dice porqué está ahí o cuál fue la intención de pasar por allí. Él no está preocupado en convertir a la gente a la fe de Israel en el Dios de Abraham, simplemente pasa y cura.
         Jesús no habla del Reino, pero con su presencia, su actitud, su fama, su testimonio, en cierto modo hace presente, fuera de su territorio, el Reino de Dios. Y es así que en cierto modo a través del bien que hace también evangeliza, anuncia la «buena noticia» para el hombre sin importar su condición; Jesús pasa haciendo “signos salvíficos”, a través de los cuales evangeliza.
         Tenemos mucho que aprender de este gesto de Jesús en los tiempos que corren, pues en una época donde está al orden del día el ateísmo y el pluralismo religioso, etc., llevar a la gente a la fe cristiana es un desafío, pero que pasa por un dar testimonio de lo que uno vive y está convencido. Entonces para los que intentamos vivir comprometidos con el evangelio será un continuo camino de conversión donde el motor será el amor de Dios y el enamorarnos de Dios para ser testigos y dar testimonio de ese encuentro con Él, al cual los que nos vean se sientan entusiasmados, y poder seguir a Jesús con radicalidad.
         El misionero cristiano se inspira en Jesús, es decir, no debe buscar la conversión de los «paganos», sino su conversión al Reino de Dios.
         Santiago, en su carta, nos ilumina sobre el asunto, pues hace un llamado a la fraternidad y a un “no hacer distinción de personas en la asamblea”, pues quien obra así no puede ser cristiano. Él, en su carta, habla de las diferencias y desigualdades que hay en la misma comunidad, lugar donde tendría que existir el amor y el respecto, la comprensión, la aceptación del otro, sin preferencias por nadie… dicha fraternidad, fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer concreta en la relación con los demás miembros de la comunidad. Es por eso que cada vez que el cristiano celebra la Eucaristía debe asumir un mayor compromiso de amor, para que haya coherencia entre lo que se celebra y lo que se vive, para que realmente se pueda ir viviendo e instaurando el Reino de Dios ya aquí en la tierra, como nos lo dice el profeta Isaías, que es profeta de la consolación, pues el pueblo de Israel, en medio del dolor del destierro, necesita una voz de esperanza, y se los invita a que «no tengan miedo», y a confiar en Dios.
         Que podamos vivir como Jesús, comprometidos y enamorados del Reino, para que nuestro testimonio de hermanos sea profecía para el mundo de hoy, y que viéndonos, se entusiasmen en seguir a Dios, al Dios de la vida y del verdadero amor al prójimo. Amén.

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