Domingo 10 de Julio, 2011
Día del Señor
Señor, danos siempre de tu agua
Dichosos los que se acercan a tu altar, Señor
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (55, 10-11)
Esto dice el Señor: “Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 64
Señor, danos siempre de tu agua.
Señor, tú cuidas de la tierra, la riegas y la colmas de riqueza. Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú preparas las tierras para el trigo: riegas los surcos, aplanas los terrenos, reblandeces el suelo con la lluvia, bendices los renuevos.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú coronas el año con tus bienes, tus senderos derraman abundancia, están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas.
Señor, danos siempre de tu agua.
Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan. Todo aclama al Señor. Todo le canta.
Señor, danos siempre de tu agua.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (8, 18-23)
Hermanos: Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.
La creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad de aquel que la sometió. Pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que también ella misma va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos, en efecto, que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (13, 1-23)
Gloria a ti, Señor.
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla.
Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron.
Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” El les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice:
Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.
Escuchen, pues, ustedes lo que significa la parábola del sembrador.
A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
El texto del Evangelio de hoy es bien conocido y en definitiva, al estar explicado no necesitaría mayores comentarios, pero es interesante poder adentrarnos en el texto y no mirarlo sólo por arriba, para que no nos pase lo que dice Jesús: “… porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.”
Si comenzamos nuestro análisis desde la lectura de Isaías, podemos decir que el libro del Profeta está dividido en tres: una primera parte puede llamarse el libro de la denuncia, una segunda parte del anuncio y una tercera parte la de la consolación. Si comenzamos a distinguir las partes podemos decir que el texto que hoy leemos pertenece al de la consolación y nos ayuda a dar una mirada sobre el Evangelio de hoy dándonos una pista de interpretación: Mediante una comparación se subraya el papel fundamental de la Palabra de Dios donde se ve la eficacia de su acción, así como la palabra pronunciada por Dios y que muestra su eficacia en el libro del Génesis creando.
La parábola del sembrador nos pone así en contacto con la profecía de consuelo del III° Isaías. Entonces la palabra de Dios es lluvia que hace fecunda la tierra: “Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”.
En el texto se describe el ciclo del agua que cae y empapa la tierra ayudando al terreno cultivado, hasta que vuelve al cielo de donde vino para luego reemprender su ciclo; así sucede con la Palabra de Dios, que proviniendo de la boca de Dios, hace fértil el terreno cultivado y realiza su mandato para lo que fue enviada.
La parábola destaca dos cosas muy importantes, y que tienen que ver con la realidad de la gracia y de la acción humana, pues la palabra se dirige a todos, pero sólo los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto duradero: “unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta”. Es decir, la parábola describe varios estados de terrenos –personas- que reciben esa Palabra, nadie queda exento de recibirla, sin embargo, siendo Ésta eficaz, no logra que el terreno de fruto o el fruto esperado, porque el terreno no está del todo disponible.
La palabra de Dios actúa en la historia humana, en la vida de cada uno, en las personas que se dedican a preparar el terreno desde lo más sencillo, viviendo el amor de Dios con el hermano, un amor solidario; preparando el terreno desde la escucha atenta al hermano y el servicio generoso y desinteresado. Cuando la Palabra –semilla- encuentra el terreno preparado, entonces produce fruto y vuelve a Dios, en el sentido de que ya la vida no será igual, sino una vida en Dios y desde Dios, comprometida con ese amor del cual ese terreno ha sido y es testigo, entonces sigue produciendo sus frutos, los frutos queridos por Dios.
La misma Palabra de Dios se hace fecunda en aquellas comunidades donde las personas toman una actitud de responsabilidad y compromiso con la historia de la humanidad, y no dejan que la Palabra sembrada se vuelva infecunda, sino que ayuda a vivir en la realidad y no desde espiritualismos desencarnados, que oprimen y matan el verdadero espíritu. La Palabra en una comunidad que está preparada en su terreno, debe ser portadora de lo cual es testigo en sus miembros y difundir ese testimonio desde la acción de Dios, siendo portadores de ese amor a toda la humanidad.
Dispongámonos en nuestro espíritu, en nuestro corazón, preparando el lugar para acoger la Semilla de la Palabra y pueda dar frutos: “unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta”, según la disponibilidad de cada uno y el Espíritu lo permite. Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario