jueves, 1 de diciembre de 2011

Segundo Domingo de Adviento-Ciclo B


Domingo 04 de Diciembre, 2011

Preparen el camino del Señor
Escucharé las palabras del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (40, 1-5. 9-11)
“Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor castigo doble por todos sus pecados”.
Una voz clama: “Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán”. Así ha hablado la boca del Señor.
Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 84
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra.

La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo.

Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro (3, 8-14)
Queridos hermanos: No olviden que para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.
El día del Señor llegará como los ladrones. Entonces los cielos desaparecerán con gran estrépito, los elementos serán destruidos por el fuego y perecerá la tierra con todo lo que hay en ella.
Puesto que todo va a ser destruido, piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.
Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (1, 1-8)
Gloria a ti, Señor.
Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito:
He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.
En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que la paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo, en la espera gozosa del Señor que viene.
            El contexto del que nos habla Isaías se refiere al exilio de Babilonia, y es probable el volver a la tierra prometida por Dios. Isaías invita a confiar en Dios porque su pena ha sido cancelada, sus pecados perdonados y su culpa cancelada por lo sufrido en la esclavitud y por trabajos duros vividos en el exilio: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor castigo doble por todos sus pecados”.
            El lenguaje usado nos lleva también a pensar en los tiempos escatológicos, pues nombra elementos de lo que se vivirá un día por la armonía con el Señor al final de los tiempos: “Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán”.
            Enseguida Isaías nombra un “mensajero” (sigue con el mismo lenguaje escatológico), del cual no se da nombre, pero que mirando los evangelios podemos asociar con Juan el Bautista (a quién se refiere el Evangelio de hoy): Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”. Este mensajero anuncia tiempos mejores, tiempos donde reine el Señor.
            El Salmo continúa con el mismo tema y es un canto de esperanza del pueblo en el Señor, pues en ese día Yahvé se hará presente y la justicia y la paz reinarán, y las cosechas prosperarán, es un canto en la espera y la esperanza en un futuro mejor, dado por la salvación de Dios: “Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra”.
            Con la segunda lectura, de la carta de Pedro, profundizamos un poco más sobre este tema, pues se nos sitúa en el debate sobre la segunda venida del Señor, que aquí es presentada como inminente. Las primeras comunidades cristianas vivían en la espera de la segunda venida del Señor como algo que iba a suceder pronto, y se preguntaban cuándo sería ese día en que Jesucristo resucitado volvería para reinar definitivamente. Pedro alude a la “demora” de la segunda venida diciendo que el Señor no se retrasa en cumplir su promesa, sino que usa de la paciencia pues quiere que todos los hombres lleguen a la salvación, pues un día es como mil años y mil años como un día para el Señor: “Queridos hermanos: No olviden que para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan”. La “paciencia” de Dios y su “espera” están en función de la conversión del pecador para que se salve, dicho de otra manera, Dios nos tiene paciencia y nos espera en su llamada a convertirnos. Pero esa espera no es infinita, pues exige de nosotros compromiso por aquello que el Señor nos ha regalado (¡su gracia!), por tanto nos invita a estar alertas y vigilantes porque: “el día del Señor llegará como los ladrones”, donde no se sabe ni el día ni la hora en que entrarán.
            “Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor”, pues en ese día se inaugurará un nuevo cielo y tierra nueva “en que habite la justicia”. “Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche”:
Y esto es de tal manera porque la gracia de Dios debe encontrar en nosotros un terreno fértil para poder dar sus frutos, pues no se trata de magia, sino de una gracia que responde también a una libertad y apertura, y por tanto a un asumir con responsabilidad el don de la redención recibida de Dios en Cristo Jesús.
            El evangelio de Marcos que leemos hoy se centra en la predicación de Juan el Bautista: “He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”. En él se cumple la profecía de Malaquías que prometía un mensajero delante del Mesías (que sería Elías); y del profeta Isaías que expresa la misión del precursor –como hicimos referencia antes- que viene a preparar el camino de Aquel que ha de venir.
            Juan Bautista proclama un bautismo de conversión como signo de perdón de los pecados y de compromiso de un cambio personal de vida: En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. “Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
            La liturgia de hoy nos invita a vivir en la esperanza, a sentir el consuelo de Dios en medio de nuestros pecados y miserias, a confiar en Él en medio de las dificultades sabiendo de la promesa de que es posible un futuro mejor, porque el Señor es fiel a su promesa y su Alianza.
            Que al mirar la figura de Juan Bautista en este tiempo del adviento, nos recuerde la promesa hecha de Dios en nuestras vidas en Jesucristo, y en el gozo de sabernos amados por Dios –que canceló nuestra deuda en Jesús- vivamos dando testimonio ante el mundo de que un futuro mejor es posible cuando se vive el Reino de Dios aquí en la tierra a partir del amor de dios derramado en nuestros corazones experimentando su misericordia que nos llama y mueve a la conversión. Amén. 

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