lunes, 2 de julio de 2012

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B


Domingo 01 de Julio, 2012

Día del Señor
Jesús ha hecho resplandecer la vida
Alma mía, bendice al Señor

Primera Lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (1, 13-15; 2, 23-24)
Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal.
Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 29
Te alabaré, Señor, eternamente.
Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto  de morir, me reviviste.

Alaben al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo.

Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios (8, 7. 9. 13-15)
Hermanos:
Ya que ustedes se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor hacia nosotros, distínganse también ahora por su generosidad.
Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza.
No se trata de que los demás vivan tranquilos, mientras ustedes están sufriendo. Se trata, más bien, de aplicar durante nuestra vida una medida justa; porque entonces la abundancia de ustedes remediará las carencias de ellos, y ellos, por su parte, los socorrerán a ustedes en sus necesidades.
En esa forma habrá un justo medio, como dice la Escritura:
Al que recogía mucho, nada le sobraba; al que recogía poco, nada le faltaba.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (5, 21-43)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia:
“Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó:
“¿Quién ha tocado mi manto?”
Sus discípulos le contestaron:
“Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ ” Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad.
Jesús la tranquilizó, diciendo:
“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste:
“Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
“No temas. Basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo:
“¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”.
Y se reían de él.
Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talita kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario a la Palabra de Dios
            Queridos hermanos y hermanas, que el Dios de la vida permanezca siempre con todos ustedes y que su paz de Cristo habite en sus corazones y sean signo de la presencia del Amor en medio del mundo por medio de la acción del Espíritu Santo.
            El evangelio de hoy nos recuerda que Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia.
            Nos presenta dos momentos en un mismo relato; por un lado la “resurrección” de la hija de Jairo que tenía 12 años; y por otro lado la curación de la mujer que padecía hemorragias desde hacía 12 años. Los dos relatos nos hablan de cosas en común, de dos mujeres, de situaciones de muerte, se habla de doce años, de curaciones inmediatas, también se habla de miedo, de temor, se habla de fe y salvación.
            Mientras Jesús va a curar a la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, se da el otro hecho de que entre medio de la multitud una mujer queda curada de sus hemorragias.
            Hablamos de situaciones de muerte porque las dos mujeres están enfermas (además que una muere –la niña- mientras Jesús está yendo a curarla) y una de ellas, la que permanece viva, con sus hemorragias es signo de muerte, de muerte en vida, por varias razones: porque para los judíos la sangre es signo de vida, y tener hemorragias era signo de perder esa vida, de no poder sanar, no poder curarse, y además, porque estaba marginada de la sociedad por su problema de hemorragias como mujer, era considerada impura, se la marginaba de la sociedad, de los rituales, era considerada casi como una lepra, por eso decimos que era alguien muerto en vida ya desde hacía 12 años.
            En ninguno de los dos relatos se habla de pecado, sino de enfermedad y también de marginación; pues aunque no se lo nombre, la muerte y tratar con alguien que había muerto era en cierta manera algo que implica una separación, pues tocar un muerto era algo que dejaba a las personas impuras y si sucedía esto había que hacer todo un ritual de purificación.
            En medio de todo eso Jesús va sanando, restaurando…
            Nos quedaremos más precisamente con el relato de la mujer que padecía hemorragias. Con sus doce años de estar desahuciada por los médicos, y marginada totalmente, al escuchar hablar de Jesús se acercó en medio de la multitud, por detrás y tocó el manto de Jesús pensando que sólo con eso bastaría para quedar curada, signo de una gran fe puesta en el Señor.
            Pero ¿por qué razón fue por detrás de Jesús y no fue directamente a pedirle que la curara si estaba tan cerca? Y ¿por qué Jesús hace tanto alboroto al sentir que sucede el milagro? La razón del hecho es porque al padecer esta enfermedad, y verse marginada, excluida, sentiría seguramente vergüenza de su situación y por eso fue medio de escondidas entre la multitud para que nadie supiera de lo que padecía y a su vez quedara sanada, pues ese era su deseo más grande. Pero gran sorpresa se llevó cuando Jesús notó que había salido una fuerza de Él porque alguien lo había tocado con fe. Jesús perfectamente podía saber quién lo había tocado, pero insistió en saber quién lo había tocado porque su pregunta tenía una finalidad pedagógica y de sanación a su vez: al poner en evidencia a la mujer ella tuvo que contar su realidad y así como un día se vio humillada por su enfermedad, así también un día –en su encuentro con Jesús- Él le devolvió no sólo la salud sino también su dignidad como persona, y lo hizo delante de todos para que no haya duda alguna de su sanación.
            El Señor nos invita a través de su Palabra a confiar en Él con FE, con una fe grande, pero por sobre todas las cosas nos invita a que nos dejemos sanar y restaurar por Él, pues es el único que puede devolvernos la dignidad como personas. Que también nosotros podamos acercarnos a Jesús con mucha fe, sabiendo que Él puede darnos la dignidad de ser verdaderos hijos de Dios, que nos animemos, aún con vergüenza y el miedo de lo que vivimos, pero con una fe verdadera, para que Él pueda realizar en nosotros su obra y ponernos en medio de la multitud como personas nuevas en Él. Amén.

1 comentario:

carnet de manipulador de alimentos dijo...

desde luego las palabras del Señor siempre son reconfortantes y nunca dejan de sorprendernos, gracias por compartir la palabra del señor