sábado, 13 de diciembre de 2008

III DOMINGO DE ADVIENTO Año B



LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura Is 61, 1-2.10-11
Salmo Responsorial Lc 1, 46-54
Segunda Lectura 1 Ts 5, 16-24
Evangelio Jn 1, 6-8. 19-28
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Queridos hermanos y hermanas en el Señor, en este 3° domingo de Adviento las lecturas nos hablan de Juan el Bautista, directa o indirectamente, y sobre lo que significa aceptar y adoptar la invitación del Señor.
El Evangelio nos dice cuál es el testimonio de Juan el Bautista cuando los Judíos lo interrogan: “Tú, ¿quién eres?... ¿Qué dices de tí mismo?” -y él respondió-: “Yo soy la voz que clama en el desierto. Enderecen los caminos del Señor, como dice el profeta Isaías”.

“Porque en medio de ustedes hay uno que no conocen, aquél que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
Sabe muy bien cuál es su rol, cuál es la misión confiada por Dios. Esta misma es la misión que nos confía Dios en el mundo, pues todos somos invitados a preparar los caminos del Señor convirtiéndonos y anunciando a los demás el mensaje de salvación.
Nos viene bien escuchar el mensaje que nos deja San Pablo en su carta a los cristianos de Tesalónica: “No apaguen el Espíritu… juzguen cada cosa y quédense con lo que es bueno. Absténganse de todo tipo de mal. Que el Dios de la paz los santifique totalmente, y toda la persona, espíritu, alma y cuerpo, se conserven irreprensibles para la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Digno de fe es aquél que los llama: ¡él hará todo esto!”

Por un lado se nos invita a preparar los caminos, a través de la conversión, no dejando que se apague el Espíritu en nosotros, confiando en la acción de Dios más allá de nuestras debilidades; y por otro lado se nos invita a imitar la acción del Bautista: ¡ser voz que clama, que anuncia la venida del Salvador! Sabiendo que no somos nosotros el mesías, sino simplemente instrumentos de Dios. Por tanto, la llamada de las lecturas de este domingo es doble, en el sentido de que mientras nos preparamos para la venida de Jesús, también anunciamos –y debemos hacerlo, porque un deseo del Amor es para nosotros obediencia de vida- con nuestra vida, con nuestro testimonio y nuestra voz la inminente venida de Jesús, como juez y salvador de la humanidad.

Pero en este dar testimonio de Jesús, de ser “voz que clama en el desierto”, no debemos tener miedo ni vergüenza, pues –como lo dice el profeta Isaías-: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado con la unción –el bautismo-; me ha mandado a llevar el alegre anuncio a los pobres, a vendar los corazones heridos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los esclavos la libertad; a promulgar un año de gracia del Señor…”.
Por tanto, este anuncio debe ser convencido, desde adentro del corazón –de ahí la necesidad de convertirnos- sabiendo que es algo que nos pide Dios, y para ello nos ha elegido y nos da la gracia para llevarlo a cabo, pues Él llama a los que quiere y da su gracia para ello.

Así, reconociendo esta hermosa misión a la cual el Señor nos llama, podremos decir junto con Isaías y la Virgen María: “Yo gozo plenamente en el Señor, mi alma exulta en mi Dios, porque me ha revestido de su salvación, y me ha envuelto en un manto de justicia… Porque así como la tierra produce sus frutos… así el Señor hará germinar la justicia y la paz ante todos los pueblos”.

¡Ánimo queridos hermanos y hermanas, no nos dejemos vencer por el mal de este mundo, por las injusticias y las atrocidades que se cometen día a día en la sociedad a través de diversos modos, reaccionemos ante el anuncio de la venida de Jesús, y seamos también nosotros sus precursores, comenzando por nosotros mismos en nuestra conversión, preparando el camino para su venida!

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