miércoles, 24 de diciembre de 2008

Misa de Navidad


(Lecturas: Is 62,1-5; Sal 88; Hch 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25)

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, hoy estamos a la espera del nacimiento de Jesús, y las lecturas nos invitan a meditar sobre este gran acontecimiento para toda la humnidad, para el universo entero.
Porque ha llegado el día de la promesa de Dios Padre, en que nos mandaría un Mesías salvador. Nosotros, caídos por el pecado, por nuestras rebeldías, no podíamos volver a Dios por nuestra incapacidad propia, por eso Dios nos envió a su propio Hijo Jesús encarnado en nuestra misma naturaleza para que fuera Él quien nos devolviera la dignidad de ser hijos en el Hijo de Dios.

Qué hermoso misterio este, en que el cielo se une con la tierra y lo divino con lo humano. Qué hermoso misterio de AMOR, el que el mismo Dios se diera a sí mismo para salvarnos de nuestra propia culpa. Cuánto amor experimenta por nosotros para dar este paso único enla historia de la humanidad: ¡el Dios encarnado!

Dios mismo estableció una Alianza, un pacto de amor con su pueblo, con la promesa de un descendiente de David –Jesús-. Bendito el pueblo –nosotros- que el Señor se ha elegido para hacer su morada y restablecer la justicia perdida. Para que caminemos en la luz de su rostro, como dice el Salmo 88, por que así el Señor conservará siempre su alianza, su amor fiel por nosotros, en su Hijo amado.
Entonces todas las gentes verán la justicia, y el Señor nos dará un nombre nuevo, seremos restituídos a su amor, y no seremos ya más “abandonados”, el Señor nos llamará su gloria y alegría, porque el Señor encontrará en nosotros su delicia.

Este “Dios con nosotros” viene a asumir nuestra carne, nuestra misma vida, nuestro pecado, por eso su venida es de redención, de un inmenso amor, y en su nacimiento, se refleja el AMOR de Dios en la ternura de un niño recién nacido.

No hay en la historia gesto más grande que este, el de un Dios hecho como nosotros para poder llevarnos a Él. Esto es signo de un gran amor por ti, por mí, por la humanidad entera.
Jesús no vino para facilitarnos la vida, o para quitarnos el sufrimiento, o para que vivamos despreocupados sin asumir nuestras responsabilidades o sin asumir responsablemente su Palabra… vino para enseñarnos a vivir, para que aprendiéramos a vivir como Él; vino para darle sentido a nuestras vidas, a nuestro dolor, a nuestras alegrías.

Y todo esto se ve con claridad, pues Jesús asumió la humanidad, su propia raza, aún en las cosas no tan buenas, es por eso que dos de los evangelistas nos presentan una larga lista de nombres de mujeres y de hombres, buenos y santos, pero también de pecadores y de no muy buena fama, porque no viene para borrar nuestra historia, para negar lo malo que hay en nosotros, o el pecado que nos esclaviza, viene para asumirla así, como es, en eso consiste la redención, porque como decían los Santos Padres: “Lo que no se asume, no se redime”.
Por eso, Jesús quiere que nosotros hagamos lo mismo que Él hizo, que asumamos nuestra propia historia, nuestra realidad, para que en ella descubramos la gracia, la salvación, y seamos capaces también nosotros de ser portadores y ser testimonio de la acción de Dios en nuestras vidas.

Qué hermoso gesto de amor de parte de Dios, que siendo pecadores, inmerecedores de su gracia, se haya abajado a nuestra condición humana para regalarnos su misma vida divina.

Por eso, que esta Navidad no pase desapercibida, que sea una verdadera Navidad, una verdadera fiesta para celebrar a Dios hecho niño, al Dios con nosotros, al Dios hecho carne.

"Que el Señor te bendiga y te proteja, haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su gracia, que te muestre su rostro y te conceda su paz".

¡¡Muy feliz Navidad y un año nuevo en el Señor para todos!!

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