sábado, 20 de diciembre de 2008

IV DOMINGO DE ADVIENTO Año B


LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura 2 Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16
Salmo Responsorial Salmo 88
Segunda Lectura Rm 16, 25-27
Evangelio Lc 1, 26-38
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo, creo que este último domingo de Adviento es un buen motivo para cantar “eternamente el amor del Señor”, pues el misterio de salvación que estaba oculto en el silencio por siglos y siglos, ha sido revelado, “manifestado antes por los escritos de los Profetas, por orden de Dios, anunciado a todas las gentes, para que alcanzaran a Dios por la obediencia de la fe, por medio de Jesucristo”. Éste es el anuncio central de este domingo que nos prepara a la celebración inmediata del Nacimiento de Jesús.
Este anuncio de su nacimiento debe llenarnos de alegría, por la esperanza puesta en este Niño que viene a nacer en nuestra misma carne, hecho hombre y Dios verdadero.
Nos alegramos con María, pues gracias a su ¡Sí! dado al Padre Dios abrió la posibilidad de esta encarnación del Hijo de Dios.
Junto con esta alegría por la esperanza que nos trae esta gran fiesta, podemos adoptar la actitud de María, pues… ¿de qué sirve celebrar la Navidad si nuestros corazones no están adecuadamente preparados para recibir esta gracia, este gran don del amor de Dios?
He aquí el ejemplo de María que debemos seguir, que debemos asumir e imitar:
Cuando el Arcángel Gabriel saluda a María para darle la noticia de que sería la Madre de Dios, le dice: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Es decir, esto que sucedió a María no fue una cosa improvisada, repentina, sino que María, antes de recibir este anuncio ya había concebido a Dios en su corazón, era llena de gracia porque Dios ya habitaba en ella. Su ¡Sí! dado a Dios estaba ya dado desde antes.
Sólo podremos prepararnos bien para esta Navidad –y para la vida- si disponemos nuestro corazón para poder recibirlo. Esta elección de vida se ve en las opciones concretas de la vida, como María, en su disponibilidad al poyecto de Dios, en su relación con la humanidad, dando su aceptación para que el Mesías viniera al mundo y nos redimiera.
¿Qué podemos hacer para que esta Navidad no pase como una más de nuestra vida?
Primero que nada, centrarnos en el gran misterio de la encarnación, viviendo encarnados en nuestra realidad, siendo concientes de nuestra necesidad de Dios, y siendo concientes de que el Señor no confía una misión, aceptar su proyecto de construir el Reino de Dios aquí en la tierra, comenzando por nosotros mismos y nuestros seres más cercanos, como nuestra familia y amigos y disponernos también a ayudar al prójimo que nos necesita.
Así, cuando veamos en este mundo injusticias, niños que mueren de hambre o por maltrato, las guerras y conflictos… no nos quejemos de ello, Dios nos ha puesto en este mundo para los demás, para que cada uno de su ¡Sí! firme y decidido a colaborar con un mundo mejor, con el Reino de Dios.
Les deseo una hermosa preparación de corazón a esta Navidad.
Señor, Dios mío, “se cumpla en mí según has dicho”. Amén.

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