domingo, 21 de febrero de 2010

Primer Domingo de Cuaresma - 2010



Tú eres mi Dios y en ti confío
Tú eres mi refugio y Fortaleza

Primera Lectura
Lectura del libro del Deuteronomio (26, 4-10)
En aquel tiempo, dijo Moisés al pueblo: “Cuando presentes las primicias de tus cosechas, el sacerdote tomará el cesto de tus manos y lo pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante el Señor, tu Dios:
‘Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas; pero luego creció hasta convertirse en una gran nación, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia.
El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector, con un terror muy grande, entre señales y portentos; nos trajo a este país y nos dio esta tierra, que mana leche y miel. Por eso ahora yo traigo aquí las primicias de la tierra que tú, Señor, me has dado’. Una vez que hayas dejado tus primicias ante el Señor, te postrarás ante él para adorarlo”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 90
Tú eres mi Dios y en ti confío.
Tú, que vives al amparo del Altísimo y descansas a la sombra del todopoderoso, dile al Señor: “Tú eres mi refugio y fortaleza; tú eres mi Dios y en ti confío”.
Tú eres mi Dios y en ti confío.
No te sucederá desgracia alguna, ninguna calamidad caerá sobre tu casa, pues el Señor ha dado a sus ángeles la orden de protegerte a donde quiera que vayas.
Tú eres mi Dios y en ti confío.
Los ángeles de Dios te llevarán en brazos para que no te tropieces con las piedras, podrás pisar los escorpiones y las víboras y dominar las fieras.
Tú eres mi Dios y en ti confío.
“Puesto que tú me conoces y me amas, dice el Señor, yo te libraré y te pondré a salvo. Cuando tú me invoques, yo te escucharé, y en tus angustias estaré contigo, te libraré de ellas y te colmaré de honores”.
Tú eres mi Dios y en ti confío.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (10, 8-13)
Hermanos: La Escritura afirma:
Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse.
En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.
Por eso dice la Escritura:
Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (4, 1-13)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo:
“A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió:
“Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”. Pero Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Concluidas las tentaciones, él diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora oportuna.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.




Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo. Que el Señor que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios esté con ustedes.
Con este domingo comenzamos un ciclo de lecturas que nos llevarán progresivamente a la preparación para la Pascua, mediante un camino de conversión.
Hoy se nos ofrece el evangelio de las tentaciones de Jesús.
Intentaremos dar una conexión de este texto con el AT. El tema de la tentación surge al definir la estrecha relación que se da entre Dios y el pueblo de Israel, en modo especial en el desierto, como lo fue en su largo peregrinar hacia la tierra prometida. Se dice que Dios “tienta” o “pone a prueba” a Israel, para hacer emerger aquello que hay en el corazón de su pueblo.
Tal prueba era como el querer acrisolar el oro en el fuego para hacerlo más puro y noble.
Hoy en día este lenguaje puede sonarnos un tanto raro, ¿cómo es que Dios “tienta” o “pone a prueba”? ¿no es el demonio quien tienta al hombre para hacerlo caer? En definitiva es esto: Dios permite que seamos probados para que luchando contra las tentaciones y las pruebas se ponga de manifiesto lo que hay en el interior de los hombres y, mediante tal prueba, ser purificados, darnos cuenta de lo que Dios nos da y de lo que sucede cuando lo perdemos por no escucharlo.
Releídas estas “tentaciones” con el Antiguo Testamento de fondo (AT), las tentaciones de Jesús aparecen como la demostración de su total adhesión a Dios, en contraste con la conducta indócil del pueblo de Israel, de modo tal que los cuarenta días de ayuno en el desierto corresponden a los cuarenta años transcurridos por Israel en el desierto después de la salida de Egipto.
Pero, en modo más específico, podemos decir que estas tres tentaciones de Satanás hacia Jesús tienen como misión la de disuadirlo de su misión mesiánica encomendada por el Padre.
Las tres tentaciones intentan que Jesús renuncie a la misión que se le ha dado, el cual, refutando tales fáciles y falaces sucesos mundanos de una popularidad obtenida con milagros muy espectaculares, logra mantenerse adherido al camino de la cruz trazado por Dios.
Cuaresma: cuarenta días para re calibrar nuestra vida y sus relaciones con Dios, con los otros, con la creación, con nosotros mismos.
El texto de las tentaciones de Jesús en desierto nos muestra que Jesús entra en esta experiencia guiado por el Espíritu y con el gesto del ayuno.
¿Por qué el ayuno? Qué tiene que ver el tema de la alimentación con tantos problemas éticos, políticos, cotidianos, de dinero, de los afectos, de las relaciones?
Pero Jesús va más allá: un ayuno prolongado de cuarenta días, señala la intención de sondear la propia verdad, la propia identidad más allá de la percepción superficial.
El testimonio unánime de la práctica ascética del ayuno, común a todas las tradiciones religiosas y filosóficas, confirma que la persona que se somete a ello, se abre a un conocimiento de sí mismo nuevo y sorprendente. Renunciar a tomar alimento modifica inevitablemente la percepción de nuestros valores de referencia. No es lo mismo tener apetito que hambre, en nuestro opulento occidente, el auténtico ayuno reactiva la sensibilidad y la capacidad de elección y pone en causa los valores más profundos. Tal sensibilidad a la cual lleva el ayuno hace a la persona más atenta y vigilante.
Es la condición ideal para retomar en nuestras manos la propia vida y realizar nuevas elecciones. Giungendo così al fine che ci si era proposti e da cui eravamo partiti.
El “tener hambre” (Lc 4,2) que Jesús mismo advierte luego de 40 días de ayuno confirma este estado psíquico perceptivo, donde se conoce, en modo sensiblemente nuevo, la dependencia de exterior para la propia supervivencia: ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo, la vida depende de otras cosas fuera de mí. Surgen así nuevas preguntas: ¿de qué cosas verdaderamente tengo necesidad? ¿Qué cosa deseo verdaderamente?
Para resistir a la tentación del individualismo egoísta, Jesús se nutre de la Palabra de Dios, sabiamente interpretada.
La primera lectura nos recuerda todo cuanto se ha recibido en el pasado para continuar a sostener la lucha hacia una libertad siempre más honda. Nuestras fuerzas son siempre frágiles, y sobre todo cuando se está ayunando, donde se está más necesitado de sostén. Entonces… ¿Cuál es nuestro alimento para orientar y cumplir nuestras elecciones?
Que el ayuno de Jesús y las pruebas sufridas por Él nos ayuden a imitarlo para sabernos necesitados y vencer nuestros egoísmos y soberbias, para darnos cuenta de que no somos todopoderosos y que el oro se acrisola en el fuego de la prueba.
Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse.
En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.
Que las pruebas y tentaciones diarias y acompañadas del ayuno cuaresmal nos ayuden para recibir de Dios la sabiduría y la fuerza necesaria para sabernos amados por Dios en la prueba a fin de dejarnos purificar por su amor y su fidelidad. Amén.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza - 2010



Comienza la Cuaresma; guardar abstinencia y ayuno

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Joel (2, 12-18)
Esto dice el Señor:
“Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos.
Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia.
Quizá se arrepienta, se compadezca de nosotros y nos deje una bendición, que haga posibles las ofrendas y libaciones al Señor, nuestro Dios.
Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, reúnan al pueblo, santifiquen la reunión, junten a los ancianos, convoquen a los niños, aun a los niños de pecho. Que el recién casado deje su alcoba y su tálamo la recién casada.
Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo: ‘Perdona, Señor, perdona a tu pueblo. No entregues tu heredad a la burla de las naciones. Que no digan los paganos: ¿Dónde está el Dios de Israel?’ ”
Y el Señor se llenó de celo por su tierra y tuvo piedad de su pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 50
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu.
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado.

Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5, 20—6, 2)
Hermanos: Somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Como colaboradores que somos de Dios, los exhortamos a no echar su gracia en saco roto. Porque el Señor dice: En el tiempo favorable te escuché y en el día de la salvación te socorrí. Pues bien, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (6, 1-6.16-18)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa.
Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que la gracia de Dios que habita en nuestros corazones esté con ustedes.
Hoy comenzamos el tiempo especial de la Cuaresma, un tiempo de gracia y conversión, que se inicia con el Miércoles de Ceniza, donde la ceniza quiere recordarnos que somos polvo y al polvo volveremos, pero que el camino no termina allí sino que por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos estamos llamados a una vida con Dios.
Por eso es Dios mismo el que nos exhorta. En nombre de Cristo nos pide que nos dejemos reconciliar con Dios, pues a Jesús, al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Por eso este tiempo especial no es para dejarlo pasar, San Pablo nos invita a no echar la gracia de Dios en saco roto. Porque dice el Señor: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de la salvación te socorrí”. Pues bien, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.
Mirando el Evangelio, Jesús nos presenta tres puntos claves, y que hacían a la práctica de la justicia de los judíos, y era la limosna, el ayuno y la oración.
Sólo que Jesús pone una acentuación en cada una de estas cosas, y es a lo que se refiere el profeta Joel en la primera lectura cuando habla en nombre del Señor:
“Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos. Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia”.
La clave de interpretación está en la actitud con la cual hacemos todo esto, con la cual vivimos las obras de la justicia (limosna, ayuno y oración). Es decir, lo que se hace debe partir del corazón mismo, de un corazón que quiere cambiar, convertirse, dejarse transformar (metánoia) por el Señor.
Por eso, para quien no obra de esta manera, Jesús los alerta: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial”.
Por lo tanto, la mejor práctica de la limosna es “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. La limosna no es verdadera cuando necesita ser reconocida. Tampoco es verdadera cuando doy de lo que me sobra o no necesito. La verdadera limosna es la que doy con sacrificio, sabiendo que puedo ayudar a los demás, y en secreto, para que nadie sepa el bien que hago.
“Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. La mejor oración es la que se gesta en lo profundo del corazón y se da en el silencio, en la intimidad del encuentro con el Señor, ahí donde sólo Él puede entrar y donde yo puedo dejarlo entrar, pues si mi corazón está inquieto o distraído con otras cosas, seguramente no me daré cuenta de que Él está ahí, dentro mío. La puerta del corazón sólo tiene una cerradura y está por dentro, sólo yo puedo abrirla, Dios me respeta en mis decisiones, pero siempre quiere pasar y entrar para estar conmigo.
“Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. Sí, el ayuno no se trata de hacerse ver, no se trata de “bajar de peso”, el ayuno es más amplio, no sólo es de alimentos sino también de actitudes y comportamientos, es aprender a moderarme, sobre todo en lo que más me cuesta crecer: el ayuno de la lengua, del hablar mal de otros o hablar de más; el ayuno de algún vicio, para poder desterrarlo, el privarme de ciertas cosas o alimentos para ejercitarme en la voluntad y desprenderme de lo que me esclaviza, me paraliza y no me deja crecer en libertad, en la libertad de los hijos de Dios.
Podemos terminar con las palabras del salmo que dicen: “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu”.
Que la gracia del Dios de la vida nos acompañe en este camino de conversión y de preparación a la Pascua. Estemos atentos, para que la Pascua no nos sorprenda sin haber hecho algo por dejarnos transformar por el Señor, para que su gracia no caiga en saco roto. Amén.

sábado, 13 de febrero de 2010

Sexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C



Dichoso el hombre que confía en el Señor
Escucha, Señor, mi voz y mis clamores

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Jeremías (17, 5-8)
Esto dice el Señor: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable.
Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 1
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
En cambio los malvados serán como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (15, 12. 16-20)
Hermanos: Si hemos predicado que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes andan diciendo que los muertos no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, es vana la fe de ustedes; y por tanto, aún viven ustedes en pecado, y los que murieron en Cristo, perecieron. Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (6, 17. 20-26)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.
Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo.
El texto de Lc 6,20-26 es paralelo a Mt 5,1-12. En ambos casos se trata de un gran discurso programático de Jesús. En el de Lucas Jesús abre su discurso en la Sinagoga de Nazareth (4,18-22), con un anuncio que es igual al discurso de la montaña. Sólo que éste es quizás más genuino y concreto.
Jesús comienza diciendo: «El Espíritu de Dios está sobre mí» me ha enviado a evangelizar a los pobres, liberar los encarcelados y oprimidos, sanar a los ciegos, y proclamar un año de gracia del Señor (cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-22).
La «buena noticia» que los pobres esperan es que su infeliz condición tenga fin, y no cualquier día que no se sepa cuál, sino ya, en seguida, se pueda alcanzare. «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído», dice Jesús a los pobres y oprimidos que lo escuchan (4,20,28).
La pobreza no es un bien que Dios ha contemplado en su creación; es un mal, una carencia, que lleva a otros males y que obstaculiza el camino del hombre. La era mesiánica debía marcar un tiempo de realización junto a una renovación de las relaciones del hombre con Dios.
El deseo de Jesús mira a todo el hombre en su integridad, en su espíritu, a las relaciones con Dios y los hombres; abraza todo y a todos sin escluír a ninguno, pero sus preferidos son loshumildes, los pequeños, los indigentes, los enfermos, es decir, los “pobres”, porque tienen más necesidad de Dios.
Los «pobres» a evangelizar por Mateo son los ”pobres de espíritu”: son los humildes que saben desprenderse en espíritu del propio “YO”, para hacer más plena la entrega a Dios.
Lucas, en cambio, toma el mensaje evangélico de los pobres en otra clave: El mensaje se refiere los cristianos que son perseguidos, exiliados… por esto tienen hambre, sufren y lloran.
Las promesas de Jesús no se habían cumplido en las primeras comunidades cristianas, y –es más- habían provocado sufrimiento y persecuciones. A estos creyentes que están en crisis en su persona y en la fe, les ofrece Lucas una relectura de las BIENAVENTURANZAS mostrando la realización en el futuro, en un tiempo sucesivo, posterior, al final, en el Reino de los cielos.
En la mente de Jesús, el «reino de los cielos» era la realización de las promesas mesiánicas, y tenía su realización plena al final de esta vida.
«Ahora» tienen hambre, lloran, son perseguidos, pero un día, o “en aquél día”, en definitiva «en los cielos», serán saciados, reirán, se alegrarán y exultarán.
Y es que la vida terrena y, sobre todo, aquella del cristiano, está marcada por la pobreza, las injusticias, las persecuciones, los sufrimientos… y lo que el evangelista propone es la paciencia, la aceptación, en la espera de ver cumplidas las promesas de Dios, en un día que ninguno sabe cuál será ni cuándo sucederá, pero la fe asegura que sucederá ciertamente.
Luego, el evangelista Lucas habla de los “HAY” que deberán sufrir los ricos, los saciados, los que ríen….
La historia será cambiada y los infelices serán felices. Es el cambio del que habla el Magnificat, (Lc 1,46-56). Lo mismo sucederá según Mateo, en el «juicio universal»: los «benditos» irán al reino del padre, y los «malditos» al fuego eterno (25,34-42).

Este evangelio tiene mucho de lo que se vive hoy en distintas partes del mundo, y e salgo que nunca cambiará mientras los hombres no aprendamos a convivir como hermanos, aceptando a los otros en lo que son. El hecho de que el evangelista presente esta versión de las bienaventuranzas habla de un problema muy concreto y que actual. Quiere ofrecer a los que sufren el consuelo de una vida futura mejor.
Creo que la clave no está en sufrir por sufrir para alcanzar un premio, o despojarse de lo que tenemos para sufrir y así vivir las bienaventuranzas… No, la clave es otra, y se descubre mirando a Dios, porque cuando Dios desciende hacia nosotros, entra en nuestra vida, en nuestra historia, no queda en una posición neutral, sino que obra para ayudarnos a vivir con integridad lo que apparentemente no tiene sentido. Él se hizo como nostro asumiendo TODO (menos el pecado) para que nuestra vida tenga sentido en Él, viviendo como Él, obrando como Él….
En definitiva, el mensaje de Jesús es una advertencia de lo que hemos escuchado del Señor en el profeta Jeremías:
“Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable” (17,5).
Al contrario,
“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos” (v. 7).
Queridos hermanos y hermanas, vivamos con integridad la vida que el Señor nos regala, haciendo el bien a todos y viviendo nuestra vida centrada en Dios, con plena confianza en Él, porque el que contruye sobre la arena es como aquél que pone la confianza en sí mismo y en sus fuerzas, «alejando su corazón del Señor» (cfr. Jer 17,5-7). Amén

sábado, 6 de febrero de 2010

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C


Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste
Demos gracias al Señor por su misericordia

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (6, 1-2. 3-8)
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno, que se gritaban el uno al otro:
“Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra”. Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo.
Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca,
diciéndome: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 137
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo.
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor: siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor.
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Que todos los reyes de la tierra te reconozcan, al escuchar tus prodigios. Que alaben tus caminos, porque tu gloria es inmensa.
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirás en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones.
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (15, 1-11)
Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (5, 1-11)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y atraparon tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario de la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Nuevamente nos reencontramos hoy para compartir la Palabra.
Este hermoso pasaje del evangelio describe un hecho simple de la vida de los pescadores y a la vez un hecho extraordinario obrado por el Señor.
La escena se presenta con Jesús como figura principal que está a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpa en torno suyo para oír la palabra de Dios.
La gente está sedienta de Él, de su palabra, y por eso llegan multitudes a escucharlo. Jesús ve dos barcas que estaban junto a la orilla y pide subirse para predicar desde más adentro del mar. El hecho no es intrascendente, pues Jesús sabe bien lo que quiere.
Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes, habían pasado una noche mala pues no habían pescado nada.
Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablarles, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”.
Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”.
Seguramente Pedro habría pensado qué puede saber un carpintero sobre pescar. Él, Pedro, que era un experto no había pescado nada y ahora el Maestro le pide que echen las redes… no tenía sentido, ya lo habían intentado y habían fracasado.
Pero hay algo que lo impulsa a obrar y es la frase que le dice a Jesús: “confiado en tu palabra, echaré las redes”
Así lo hizo y atraparon tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Sí, ellos solos no habían pescado nada, pero en el nombre de Jesús habían realizado una pesca milagrosa, tanto que no podían solos y tuvieron que ayudarlos.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”.
Pedro se siente un pecador frente a la persona de Jesús, la fuerza de su persona y de su palabra le han hecho ver la realidad de su vida, de su ser, de su persona y por eso pide a Jesús que se aparte porque es un pecador.
Sin embargo Jesús le dice a Simón:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
La predicación de Jesús es algo que no pasa desapercibido y que tiene su fuerza. Sólo cuando Jesús predica y manda obrar en su nombre se producen milagros, y es que su palabra da frutos, convierte, llama, arrastra…
Pedro se siente aturdido frente a tal milagro, se siente indigno de que el Maestro esté en su barca, la barca de un pecador, pero es que la presencia y la predicación del Maestro es purificadora, como sucedió con el profeta Isaías, que ante la presencia de Dios exclamó:
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Pero esta presencia y esta palabra son purificadoras como la brasa que uno de los serafines llevaba en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa le tocó la boca de Isaías, diciéndole: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Sí, es el Señor el que hace posible el poder seguirlo, el poder estar unido a Él, Él nos purifica y nos va preparando para seguirlo, para amarlo con corazón sincero y dispuesto, pues su palabra nos pone en presencia suya tal cual somos y nos ayuda a reconocernos necesitados de su misericordia y de su redención. Es así que el Señor va obrando y nos dice a cada uno:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”… y dejándolo todo, lo siguieron.
No tengamos miedo a la llamada de Jesús, él nos capacita para que seamos sus discípulos amados.
“Aquí estoy, Señor, envíame”. Amén.

sábado, 9 de enero de 2010

Bautismo del Señor



Hijos de Dios, glorifiquen al Señor
“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Isaías (42, 1-4. 6-7)
Esto dice el Señor: “Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza.
Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 28
Te alabamos, Señor.
Hijos de Dios, glorifiquen al Señor, denle la gloria que merece. Postrados en su templo santo, alabemos al Señor.
Te alabamos, Señor.
La voz del Señor se deja oír sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es poderosa, la voz del Señor es imponente.
Te alabamos, Señor.
El Dios de majestad hizo sonar el trueno de su voz. El Señor se manifestó sobre las aguas desde su trono eterno.
Te alabamos, Señor.

Segunda Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38)
En aquellos días, Pedro se dirigió a Cornelio y a los que estaban en su casa, con estas palabras: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere. El envió su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de Jesucristo, Señor de todos.
Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 15-16. 21-22)
Gloria a ti Señor.
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios


Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Hoy celebramos un hecho que no pasa desapercibido para el pueblo de Dios, pues celebramos en el Bautismo de Jesús nuestro propio bautismo y la misión a la cual somos enviados a través de esta llamada y elección a formar parte de la familia divina.
El Evangelio nos dice que el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, pero él los sacó de sus dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Es decir, el bautismo de Juan era un bautismo de conversión, de preparación a la venida de Jesús, pero no era el Bautismo que venía a traernos Jesús mismo con su Pascua.
Y sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Él, que no tenía pecado ni mancha alguna quiso hacerse bautizar para que se manifestara a todos la voluntad del Padre, y mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
El mismo Dios nos daba a conocer quién era Jesús, el mismo Hijo de Dios, Dios mismo.
Como decía el Profeta Isaías: “Esto dice el Señor: Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones”. Ya desde mucho tiempo antes Dios nos anunciaba su designio a través de su Ungido, pues Él debía brillar en el mundo por su virtud, pues Él “no gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”.
En el bautismo de Jesús, al igual que en el nuestro, Dios nos llama por nuestro nombre porque nos ama profundamente, con predilección, y en esta llamada de amor nos deja una misión, la de ser sus testigos en el mundo como lo fue Jesús.
Y el Bautismo de Jesús es un bautismo que es para todos, sin excepción alguna de raza, condición o estado en que se encuentre la persona, porque “Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere”.
Una vez que Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús, éste “pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Queridos hermanos y hermanas, hoy podemos renovar nuestras promesas bautismales, y hacer conciente el llamado de Dios y la respuesta nuestra dada, ya sea por nuestros padres y padrinos o por nosotros mismos, pues así como el señor nos hizo hijos suyos en el Hijo, el padre nos vuelve a decir: “Yo el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”.
Sí, esa es nuestra condición de bautizados, ser hijos en Jesús, cumpliendo con la misión a la que fuimos llamados un día por nuestro nombre, ser LUZ DEL MUNDO Y SAL DE LA TIERRA.
Pidamos al señor que nos renueve en nuestro bautismo con un bautismo de fuego en el Espíritu Santo, para que seamos cada vez más concientes de lo que significa ser cristianos y dar testimonio en el mundo. Amén.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Santa María, Madre de Dios, solemnidad



Nm 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré.
Sal 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Ga 4,4-7: Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.

Nm 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré.
El Señor habló a Moisés:
-«Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

Sal 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Ga 4,4-7: Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama; «¡Abba! Padre». Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo hecho hombre por nuestra salvación.
Hoy celebramos la maternidad de María y a la vez damos inicio a un nuevo año que queremos sea vivido en el Señor.
El evangelio nos regala un breve episodio de la Sagrada Familia. Un hecho significativo porque recién nacido el salvador se presentan algunos pastores para adorar al niño. Y contaban todo lo que habían oído al ángel de Dios sobre Él. Mientras tanto, todo transcurría normal, pero María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Todo esto que María fue viviendo, los peligros por los que fue pasando, no terminaban porque había nacido Jesús, pero todo lo que iba sucediendo era para Ella motivo de contemplación de la obra salvadora de Dios.
La grandeza del nacimiento de Jesús se lo debemos a Dios, pero esto no hubiera sido posible sin el “¡Sí!” de María. Y es lo que estamos celebrando hoy: LA MATERNIDAD DE MARÍA.
En atención a los méritos de su hijo María fue preservada de todo pecado, pues de ella y en ella nacería el Dios-con-nosotros, el Dios-hecho-carne.
Ésta es la grandeza de María, mujer de silencio y de profunda unión con Dios, pues antes de concebir en su seno a su Hijo, ya había concebido a Dios en su corazón. Ella es la mujer de la fe viva y verdadera, no por ello se le ahorraron sacrificios y sufrimientos. El haber dado su respuesta afirmativa al Ángel de Dios,
Fue el inicio de un duro camino: el estar embarazada antes de tiempo, el peligro de ser apedreada porque al que llevaba en su seno no era de José, su esposo; el peligro de ser repudiada por José, el ser mirada con malos ojos por los demás…
Este es un día para dar gracias a Dios por lo que obró en María y a través de María, pues “cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Así, en María somos hijos, hijos de Dios, por eso podemos decir: «¡Abba! Padre». Pues ya no somos esclavos, sino hijos, y herederos de su gracia por voluntad de Dios.
Que este nuevo año que comenzamos en el Señor nos haga sentirnos cada vez más hijos en el Hijo, hijos de Dios y de María, y que sea bendecido con sus bendiciones.
Celebrar la maternidad de maría es un llamado para nosotros a crecer en el amor a María, sentirla como nuestra madre e imitarla en su amor a Dios, en su amor al prójimo, en su entrega desinteresada a la voluntad de Dios, a renunciar a su propio proyecto por seguir la voluntad de Dios sobre ella y sobre toda la humanidad con su maternidad divina.
Los invito a que juntos pongamos este año en manos de Dios,
para que:
El Señor tenga piedad nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
Por último, y pidiendo de Dios su bendición, los bendigo:
"El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Amén.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Solemnidad de la Natividad del Señor



Hoy nos ha nacido el Salvador
Regocíjese todo ante el Señor

Is 52,7-10: Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios.
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Hb 1,1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»

Jn 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, el Dios con nosotros.
Muy feliz Navidad para todos y que el Señor hecho carne como nosotros esté ahora y siempre con ustedes.
Las lecturas de este día nos hablan de este Mesías anunciado desde antiguo y cuya profecía se cumple hoy con su nacimiento en la carne.
Isaías nos invita a alegrarnos porque el Señor vuelve su rostro a su pueblo, “el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
Por otra parte, en la carta a los Hebreos se nos habla de la venida de Jesús en la carne por la predilección que Dios tiene por nosotros, sus hijos, la humanidad que Él mismo creó. Tanto nos ama que nunca se cansó ni se cansará de ingeniárselas para tenernos con Él, junto a Él, es un Padre bueno que hasta llega a la locura de enviar a su hijo hecho carne y pecado por nosotros para morir en la cruz y así redimirnos con su muerte victoriosa y su gloriosa resurrección. “Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo?».
¡¡Qué misterio más grande este Que Dios nos ame así con locura!!
Juan, en su prólogo al evangelio nos presenta, como en las obras griegas, un pantallazo de lo que será el desarrollo de la historia, de esta historia de salvación.
Nos dice que Jesús ya existía en el principio, Él era la Palabra, que estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. Este Dios hecho hombre es el mismo Dios encarnado que nos trae la luz a este mundo que anda en tinieblas porque se ha olvidado de Dios. “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Ésta es la triste historia de nuestra realidad humana caída, que ha preferido vivir de continuo en la oscuridad en vez de optar por la Luz. Pero no todos la rechazan, por eso, “a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.
Es bueno que de nuestra parte OPTEMOS por Él, por su mensaje y escuchándolo lo pongamos en práctica pues la redención que Dios nos trae requiere de nuestro ¡Sí! dado con generosidad y constancia, no se trata de un voluntarismo sino de convicción en el mensaje de Dios, porque la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, por eso sabemos que contamos con su ayuda.
Que esta Navidad nos ayude a replantearnos nuestra opción por Cristo Jesús, déjalo nacer en tu corazón, no te ocultes en las tinieblas, acepta la Luz que Él te trae para que seas suyo, todo suyo.
Que el Dios con nosotros nos descubra su rostro y nos conceda su paz, su gracia y su amor. Amén.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cuarto Domingo de Adviento – año C



Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Escucha, Señor, nuestra oración

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Miqueas (5, 1-4)
Esto dice el Señor:
“De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos.
Por eso, el Señor abandonará a Israel, mientras no dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel. El se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 79
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Escúchanos, pastor de Israel; tú que estás rodeado de querubines, manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder.
Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (10, 5-10)
Hermanos: Al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste víctimas; ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a mí se refiere la Escritura—: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Comienza por decir: “No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado”, —siendo así que eso es lo que pedía la ley—; y luego añade: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1, 39-45)
Gloria a ti, Señor.
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.
Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, el que es, que era y que vendrá.
Estamos ya con este cuarto domingo de Adviento a las puertas de la Navidad. Las lecturas se centran en la figura de Jesús y de María, la madre virginal de nuestro Señor, el prometido y el esperado de los tiempos. Es lo que se nos expresa en la profecía de Miqueas:
“Esto dice el Señor: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos”. Se nos anuncia que de Belén nacerá el Mesías esperado, y que su origen es de antiguo.
Pero esto no sucederá sino cuando “dé a luz la que ha de dar a luz”.
Cuando suceda esto, “entonces el resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel. El se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Todo esto es signo de la venida y de la presencia del enviado de Dios, del ungido de Dios, porque cuando Él venga será el pastor de su pueblo y reunirá a sus hijos, les dará serenidad y sobre todo su paz. Son los signos de la venida y de la obra del mesías. La paz en un pueblo, y en el pueblo de Israel es signo de la presencia de Dios, es signo de que reina Dios con su poder y por eso no debe temer nada ni a nadie y por eso vive en la PAZ.
En el evangelio de hoy se nos presenta la escena en la cual María se encamina presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, para acompañar a su prima que está embarazada y de la cual nacerá el precursor, Juan el Bautista.
Al entrar ella en la casa de Zacarías y saludar a Isabel, al oír ésta el saludo de María, la creatura saltó en su seno, pues Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y en cierto modo le fue revelada la misión que Dios le había confiado a María, por eso exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Juan queda lleno del Espíritu de Dios como había sido anunciado a Zacarías.
María por su parte, es la creyente que supo renunciar a su proyecto personal para hacer la voluntad de Dios. María sigue viviendo en su humildad el servicio, pero esta vez en un modo más pleno, pues es portadora en su seno de algo mayor, de un fruto que es Dios mismo.
Su ¡SÍ!, dado a Dios con generosidad, se convierte ahora en un ¡Sí! misionero, pues no sólo dará a luz al salvador esperado sino que lo lleva en su seno y transmite el Espíritu de Dios a quienes encuentra.
Ella pudo concebir a Dios en su seno porque lo concibió primero en su corazón y en su espíritu, y por eso es la vasija de la cual Dios toma su barro puro para que su Hijo sea engendrado.
Que el ejemplo de María sea de incentivo para esta preparación inmediata a la Navidad, pidamos a Dios el poder concebirlo en nuestro corazón y en nuestra mente para poder ser como maría, misioneros y anunciadores de la posibilidad de un mundo mejor ¡pues Cristo está naciendo! En ti, en mí, en todos.
¡Muy feliz NAVIDAD! Y que el Señor que nace en la pobreza de un pesebre, asumiendo nuestra débil condición humana, nos ayude a ser conciente de ser cada vez más humanos y cada vez más enriquecidos de su gracia divina. Amén.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Tercer Domingo de Adviento – año C



El Señor es mi Dios y Salvador
El Espíritu del Señor está sobre mí

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Sofonías (3, 14-18)
Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal.
Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. El se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Isaías 12
El Señor es mi Dios y salvador.
El Señor es mi Dios y salvador, con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación.
El Señor es mi Dios y salvador.
Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es sublime.
El Señor es mi Dios y salvador.
Alaben al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes.
El Señor es mi Dios y salvador.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (4, 4-7)
Hermanos míos: Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 10-18)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?”
El contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.
También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?”
El les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” El les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.
Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.
Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
La liturgia nos invita este domingo a alegrarnos en el Señor, en la esperanza de su venida. Es una etapa del Adviento en la cual se nos invita a regocijarnos porque “el Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal”.
Por eso “alégrense siempre en el Señor” ¡alégrense! Que el Señor está cerca. No se inquieten por nada.
“Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
Sí, esa es la consigna para este tiempo, pero sin olvidar el sentido del Adviento, tiempo de cambio y de conversión. Es verdad que debemos alegrarnos ante la venida de Jesús, porque ya se cumplen las promesas anunciadas desde antiguo, pero tal alegría y gozo, para que sea verdadero y brote de un corazón renovado debe ser sincera, una alegría que se goza en la amistad con Dios, por eso en aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?”
Y su respuesta no fue sino el mirar nuestra propia vida y nuestro actuar, nuestra relación con el prójimo, que es el termómetro de nuestra unión y amistad con Dios.
Y Juan el Bautista, que vino a allanar los caminos y preparar la venida de Jesús con un bautismo de penitencia recomendaba concretamente: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.
A los publicanos les decía cuando le preguntaban ¿qué tenían que hacer: “No cobren más de lo establecido”. Y a los soldados: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.
Sí, todo este lenguaje ¿no les parece actual?, y es que siempre y en todos los tiempos los pecados y las miserias humanas son las mismas, pero el Señor nos invita a levantar la mirada, pues Él no quiere nuestra condena sino nuestra liberación y salvación, pues para eso mismo vino al mundo y viene cada día y a cada instante en cada hermano y en cada circunstancia.
Es bueno que nos preguntemos cómo nos vamos preparando para la Navidad y la 2° venida de Jesús, no con una mirada de miedo sino de confianza serena y abierta a la misericordia de Dios que nos quiere a su lado y no nos deja solos, como dice el salmo: “El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación”.
Que Juan el Bautista sea figura de nuestra preparación a estas fiestas, para que celebremos realmente con gozo y alegría en el corazón lo que Dios hizo, hace y hará con y por nosotros.
Porque el Señor ha levantado su sentencia y nos ofrece un tiempo de conversión, viene para librarnos de todos nuestros enemigos ¡el pecado!, que muchas veces se arraiga en nuestros corazones y no nos deja obrar el bien.
No temas pueblo del Señor, porque Él, el Señor es tu Rey y ya no temerás ningún mal. Amén.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Segundo Domingo de Adviento – año C



Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor
¡Ven, Señor, no tardes!

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Baruc (5, 1-9)
Jerusalén, despójate de tus vestidos de luto y aflicción, y vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y adorna tu cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu grandeza a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”.
Ponte de pie, Jerusalén, sube a la altura, levanta los ojos y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales.
Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios.
Los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios. Porque el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 125
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses
(1, 4-6. 8-11)
Hermanos: Cada vez que me acuerdo de ustedes, le doy gracias a mi Dios, y siempre que pido por ustedes, lo hago con gran alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio, desde el primer día hasta ahora. Estoy convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre hasta el día de la venida de Cristo Jesús.
Dios es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Y esta es mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual. Así podrán escoger siempre lo mejor y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (3, 1-6)
Gloria a ti, Señor.
En el año décimo quinto del reinado de César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías:
Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Ya hemos comenzado desde el domingo pasado con un nuevo año litúrgico, y como siempre, con el inicio del Adviento que nos prepara para las dos venidas de Jesús, su encarnación y nacimiento, y la otra en su vuelta como Rey eterno y Pastor de su rebaño, en la parusía.
Al inicio del Adviento recordamos las dos venidas, poniendo hincapié en la segunda venida, y luego, cerca de la Navidad, la reflexión se centra más en el nacimiento de Jesús. Por eso las lecturas nos hablan más bien de hechos que se refieren a “preparar el camino”, la venida del Mesías, pero también la venida en su gloria cuando restaurará todo en su persona.
El profeta Baruc nos da la clave de esta espera, que no es una espera pasiva, como quien se sienta a esperar que venga alguien, sino que es una espera activa y movida por la esperanza en las promesas de Dios a su pueblo; el profeta invita a Jerusalén a despojarse de sus vestidos de luto y aflicción y a vestirse para siempre con el esplendor de la gloria que Dios le da. Pero para esto pide que se cubra con el manto de la justicia de Dios y adornar su cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, porque en eso consiste la espera, en vivir en la justicia, es decir, en el cumplimiento de corazón de la ley de Dios, dando a Dios lo que es de Dios y a los hermanos lo que corresponde ejerciendo la caridad que es la perfección de toda ley. Es por eso que si vivimos de esta manera, Dios nos dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”.
La invitación que nos hace el Profeta es a ponernos de pie, levantar los ojos y contemplar, escuchar la voz del espíritu, en el gozo de saber que Dios se acuerda de nosotros y que por eso mismo, por su amor nos invita a esperar, y esperar en Él, en su Hijo, en su promesa.
Porque el Señor nos guiará en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándonos con su misericordia y su justicia.
Que nos dispongamos a esta venida de Jesús que se hace presente ya en el día a día, viviendo en clima de reconciliación y de perdón de los pecados, porque ha resonado una voz en el desierto: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios”.
Que podamos prepararnos con realismo y con empeño a esta venida del Señor, que no pase desapercibido sino que estando atentos a su paso diario estemos bien dispuestos para su venida definitiva. Amén.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Jesucristo, Rey del Universo.



Solemnidad
Señor, tú eres nuestro rey
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Daniel (7, 13-14)
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.
Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 92
Señor, tú eres nuestro rey.
Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes. Estás revestido de poder y majestad.
Señor, tú eres nuestro rey.
Tú mantienes el orbe y no vacila. Eres eterno, y para siempre está firme tu trono.
Señor, tú eres nuestro rey.
Muy dignas de confianza son tus leyes y desde hoy y para siempre, Señor, la santidad adorna tu templo.
Señor, tú eres nuestro rey.

Segunda Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (1, 5-8)
Hermanos míos: Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de los reyes de la tierra; aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Miren: él viene entre las nubes, y todos lo verán, aun aquellos que lo traspasaron. Todos los pueblos de la tierra harán duelo por su causa.
“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (18, 33-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó:
“Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Con esta solemnidad de Cristo Rey culminamos el tiempo litúrgico para iniciar otro con el Adviento el próximo domingo.
Las dos primeras lecturas nos hablan del fin de los tiempos, de la Parusía, de la venida del Hijo de Dios en su gloria como Rey eterno.
Y las características de esta venida son: que viene entre las nubes del cielo. Que recibe la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo sirven. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Que Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de los reyes de la tierra es Aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre.
Él dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso”.
La venida de Cristo en su gloria, al final de los tiempos es una venida en gloria y con poder, pues se sienta como Rey y juez eterno para juzgar a las naciones. Pero dice también que es el que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre, por eso tiene autoridad sobre nosotros, y quiere que nos salvemos.
Pero todo esto será en vano si no vivimos ya desde ahora esta venida de Jesús en lo cotidiano, con la atención puesta en su gracia y en lo que nos regala la vida, para ser dignos de recibir su amor y ser portadores de tal amor a los demás, a los que nos rodean, y ser nosotros signos de su venida en medio de los hombres y mujeres ¡de hoy!
Nada se construye en un instante, y menos nuestra vida, por eso debemos ser conciente de que el amor de Dios y nuestra conversión se va realizando en lo poco, en lo cotidiano, en las luchas y en las penas, en las alegrías y en las esperanzas diarias, donde se va crisolando nuestro corazón, sólo así dejaremos que Jesucristo sea el Rey del universo, el Rey de nuestros corazones, el Rey en nuestras vidas.
Que podamos hacer realidad lo que Jesús quiere, Él que es la Verdad nos ayude a escuchar esa Verdad, escuchar su voz y seguirlo hasta el final.
¡Viva Cristo Rey en nuestras vidas!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Trigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – año B


Enséñanos, Señor, el camino de la vida
Mi felicidad consiste en estar cerca de Dios

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Daniel (12, 1-3)
En aquel tiempo, se levantará Miguel, el gran príncipe que defiende a tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo.
Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo.
Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 15
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti.
Enséñanos, Señor, el camino de la vida.

Segunda Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (10, 11-14. 18)
Hermanos: En la antigua alianza los sacerdotes ofrecían en el templo, diariamente y de pie, los mismos sacrificios, que no podían perdonar los pecados.
Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (13, 24-32)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.
Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
En el contexto de las lecturas que se nos proponen para este domingo, entramos en la lógica de lo que será el final, el fin de los tiempos.
Por un lado, el profeta Daniel habla de un tiempo en el cual se levantará el Arcángel Miguel, y que entonces se salvará el pueblo de Dios, y que muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo. Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Lo mismo se nos describe en el evangelio por boca de Jesús: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo”.
El pensar en el fin del mundo, en el final de nuestras vidas, en la muerte, en un juicio particular y final, en una vida después de la muerte en la resurrección, etc., son temas que desde siempre han estado, sólo que muchas veces vivimos como si todo lo que tenemos, todo lo que somos, lo que existe, lo creado, fuera a durar para siempre. Lo cierto es que somos creación y no el Creador, y por tanto somos caducos, tenemos un principio y un final.
Los temas tratados en estas lecturas corresponden a los llamados “Novísimos”, es decir, las cosas que se refieren al final de la vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el infierno. Es lo que también llamamos Escatología. El término proviene del griego “ésjatos”: ‘último’ y logos: ‘estudio’. Es decir, trata de los ésjata, o realidades últimas.
Son temas que hacen a nuestra vida de creyentes y que no podemos dejar de lado, pues nuestra vida, nuestra existencia va encaminada al encuentro definitivo con Cristo.
Pero para que el pensar en estas cosas no nos alarme en modo angustioso y nos quite la paz y la armonía, es necesario pensarlos y vivirlos cada día y a cada instante de nuestra existencia. Es decir, cada opción que yo hago, cada decisión que yo tomo repercute en la eternidad. No se llega a una vida de santidad por saber el momento en el cual vamos a morir, o en el momento en el cual se presentará Jesús para llevarnos con Él, sino que la vida de santidad cristiana se construye en el día a día, en las opciones que hago optando por Cristo y los hermanos, tratando de vivir el evangelio, de llevar una vida digna del nombre cristiano.
Es verdad que el pensar en el fin, en la muerte y en el juicio nos aterra muchas veces, pero ese miedo no nos sirve para cambiar, para convertirnos y vivir una vida de gracia en abundancia. Debemos aprender a vivir sabiendo que somos peregrinos en este mundo y que el Señor nos regala su gracia para que la usemos para bien y evitemos el mal.
Estar atentos, vigilando, no significa estar sin hacer nada, esperando sin esperanza, ¡NO!, estar vigilantes significa estar en las cosas de Dios, pues Él me visita a diario y a cada instante para que yo ejercite la gracia que se me regala y la use en bien de los hermanos y de mi salvación.
Que nuestra Opción Fundamental sea Jesucristo, su mensaje, su Reino, el amor a Dios y al prójimo.
Para esto es necesario saber discernir los signos de los tiempos.
“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta”.
Que podamos crecer en la escucha de la Palabra de Dios y en saber leer y discernir los signos de los tiempos, donde Dios se hace presente en lo cotidiano, para que el día del Señor no nos sorprenda como un ladrón.
¡Alabado sea Jesucristo!

Solemnidad de Todos los Santos



Del Señor es la tierra y lo que ella tiene
Vengan a mí todos los que están fatigados

Primera Lectura
Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (7, 2-4. 9-14)
Yo, Juan, vi a un ángel que venía del oriente. Traía consigo el sello del Dios vivo y gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles encargados de hacer daño a la tierra y al mar.
Les dijo: “¡No hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que terminemos de marcar con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios!” Y pude oír el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, procedentes de todas las tribus de Israel.
Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: “La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”.
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, cayeron rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios, diciendo:
“Amén. La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza, se le deben para siempre a nuestro Dios”.
Entonces uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde han venido los que llevan la túnica blanca?” Yo le respondí: “Señor mío, tú eres quien lo sabe”.
Entonces él me dijo: “Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 23
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Del Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él habitan, pues él lo edificó sobre los mares, él fue quien lo asentó sobre los ríos.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
¿Quién subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Ese obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia. Esta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob.
Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3, 1-3)
Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.
Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5, 1-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la solemne fiesta de Todos los Santos. Hoy nos unimos con la Iglesia celeste y triunfante en modo especial, pues recordamos a todos aquellos que pasaron por esta tierra haciendo el bien como lo hizo Jesús, en un modo heroico, viviendo las virtudes con empeño y generosidad en la entrega a Dios y los hermanos.
El libro del Apocalipsis nos habla de este grupo de redimidos, que han blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero.
La 1° Carta de Juan nos habla de ese amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos “¡HIJOS!”, pues en verdad lo somos, ya que por el bautismo hemos sido incorporados a su familia, Él nos ha adoptado como hijos suyos queridos, y en ese bautismo recibido radica la santidad a la que somos llamados ¡Porque Él mismo es Santo!
El evangelio nos regala las bienaventuranzas, ese discurso dicho por Jesús desde un monte, así como el pueblo de Israel recibió desde un monte, por manos de Moisés, las tablas de la Ley, ahora es Jesús quien nos entrega “la nueva ley”, es decir, nos regala un proyecto de vida.
Quizás para muchos es algo absurdo, pues cómo puede ser que se diga a alguien dichoso por el hecho de sufrir, de padecer, de llorar, de ser perseguido, calumniado, de ser encarcelado… pero de lo que aquí habla Jesús no es del mal, sino de la bienaventuranza, y tal bienaventuranza se logra o se llega a vivir cuando se asume la vida con una actitud distinta, y es la actitud que nos pide Jesús mismo, y que se resume en: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. ¿Quiénes son estos pobres de espíritu? Son los pobres de Yahveh, son los que viven la pobreza en espíritu, es decir, los que viven anhelando, deseando la riqueza que viene de Dios, y por eso es espiritual. Pobres de espíritu son los que viven necesitando todo de Dios, viven con la necesidad de que Dios los llene, que Dios los colme de su amor, de su gracia, de su espíritu. Éstos son los pobres de espíritu de que hablan las bienaventuranzas.
Es –en definitiva- lo que vivieron los santos: sabiéndose criaturas, hijos de Dios amados por Él, supieron reconocerse criaturas y no el Creador, supieron reconocerse limitados, pobres, pecadores, pero enriquecidos por la gracia de Dios. Supieron vaciarse de todo con tal de ganar al Todo con mayúsculas. Se despojaron de todo y así, en esa miseria, en esa pobreza, se enriquecieron del don de Dios, de su amor, de su misericordia, de su gracia, y llegaron a ser así BIENAVENTURADOS, y ahora brillan como lámparas en el cielo y son un modelo para nosotros aquí en la tierra, porque fueron “imitadores” de Cristo.
Todos, por el bautismo estamos llamados a la santidad, qué bueno sería que cada uno se tomara en serio la propuesta que viene de Dios, y deseara ser santo, no para estar en los altares, sino para vivir esta aventura de amor con Dios y el prójimo, y que es capaz de llenar una vida como nos lo atestiguan los santos.
Que esta solemnidad nos haga reflexionar sobre nuestras vidas y nos haga desear la santidad. Ellos nos aseguran que se puede, que es posible ser santos en esta vida, y que para ello contamos con la gracia de Dios.