sábado, 26 de septiembre de 2009

Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario


Tu palabra, Señor, es la verdad
La voluntad de Dios es santa

Primera Lectura
Lectura del libro de los
Números (11, 25-29)
En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar. Se habían quedado en el campamento dos hombres: uno llamado Eldad y otro, Medad. También sobre ellos se posó el espíritu, pues aunque no habían ido a la reunión, eran de los elegidos y ambos comenzaron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contarle a Moisés que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento. Entonces Josué, hijo de Nun, que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: “Señor mío, prohíbeselo”. Pero Moisés le respondió: “¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 18
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre.
Los mandamientos del Señor alegran el corazón.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (5, 1-6)
Lloren y laméntense, ustedes, los ricos, por las desgracias que les esperan. Sus riquezas se han corrompido; la polilla se ha comido sus vestidos; enmohecidos están su oro y su plata, y ese moho será una prueba contra ustedes y consumirá sus carnes, como el fuego. Con esto ustedes han atesorado un castigo para los últimos días.
El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el día de la matanza. Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos
(9, 38-43. 45. 47-48)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.
Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.
Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
El evangelio de hoy nos presenta algunos temas del tiempo de Jesús que siguen siendo actuales, y de las cuales es necesario prestar atención.
Dice que en aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Jesús les hace ver a sus discípulos que el trabajo por el Reino de Dios no es privativo de unos pocos sino que está abierto a todos los que quieran colaborar en su Nombre, pues todo aquel que se preocupa por las mismas cosas que enseñó Cristo es colaborador de su obra. Debemos tratar de involucrar al mayor número de gente en el trabajo por el Reino, pues Jesús vino para todos y no para unos pocos e invitó a toda la humanidad a realizar este camino de santidad.

Otro tema que nos propone el evangelio es que “todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa”. Es decir, Jesús enseña que aquellos que ofrecen algo a los que son de Cristo ya tienen su recompensa, pues ya lo están haciendo al mismo Cristo; y en definitiva, todos somos de Cristo pues Él nos compró para sí con su propia sangre derramada en la cruz. Somos suyos y a Él pertenecemos.

Un punto al cual se dedica una buena parte aquí es al tema del escándalo: “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. El escándalo es uno de los peores pecados, pues no sólo se perjudica quien lo comete sino que lleva consigo o arrastra a otros a lo mismo, privándolos –con su mal testimonio- de la verdadera vida en Cristo, de la vida en la gracia.

Unido a este escándalo está también el pecado personal, o aquello que nos lleva a estar en ocasión de pecado, por eso se nos dice: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
No significa con esto que debamos privarnos de nuestros miembros, mutilándolos, sino que se trata de “cortar” con el pecado, con aquello que es ocasión de pecado para nosotros. Se trata de tomar las cosas por su nombre, de enfrentar las situaciones que son un peligro para nuestra vida en la gracia, para poder ejercer el dominio sobre nosotros mismos desde y con la fuerza del Espíritu. Es un trabajo que dura toda la vida, pues siempre estamos expuestos a todo tipo de provocaciones o tentaciones, y es necesario estar alertas y despiertos, vigilando para que el pecado no nos prive de la vida de gracia.
El problema está en que muchas veces existe en nuestras vidas un cierto “afecto” al pecado, es decir, una cierta inclinación que nos lleva a recaer en lo mismo, en las mismas debilidades, en los mismos errores, en las mismas omisiones, y esto se debe a que no sabemos desprendernos de todo aquello que no es de Dios, de todo aquello que va contra el mensaje de salvación.
Es hora de que pongamos el nombre a sus cosas y nos juguemos por Jesús, por la vida que Él mismo nos regaló y regala, que nos juguemos por seguirlo en gracia y santidad. Esto no es imposible, tenemos la vida de tantos santos (canonizados o no) que han sido y son un mensaje para nosotros, que nos alientan a seguir luchando por estar en gracia, cortando definitivamente con aquello que nos impide crecer en la vida que nos ha regalado Jesús.
Pidamos al señor que nos de la sabiduría para saber discernir aquello de lo cual debemos desprendernos y saber cortar, y la fuerza para poder seguir creciendo cada vez más en santidad. Amén.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Vigésimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario


Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor
El Señor es quien me ayuda


Primera Lectura
Lectura del libro de la
Sabiduría (2, 12. 17-20)
Los malvados dijeron entre sí: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.
Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor.
Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 53
El Señor es quien me ayuda.
Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende.
El Señor es quien me ayuda.
Gente arrogante y violenta contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado!
El Señor es quien me ayuda.
Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo.
El Señor es quien me ayuda.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (3, 16—4, 3)
Hermanos míos: Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia.
¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (9, 30-37)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor, Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Hoy la liturgia nos regala unos textos que nos van a ayudar a reflexionar sobre nuestro obrar, sobre nuestra realidad de discípulos.
El Evangelio nos dice que en aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos.
Se nos presenta a un Jesús celoso de los suyos, que los lleva aparte para instruirlos, formarlos… Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos, no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Entonces, al llegar a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.
Mientras el Señor se preocupaba por ellos, de formarlos, de enseñarles, ellos hablaban de cosas superficiales, como el preguntarse sobre quién es más importante. Ese silencio ante la pregunta de Jesús demostraba vergüenza, demostraba desatino, entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Pues no se trata de ocupar cargos o de tener méritos, sino de ponerse al servicio de los demás, como lo hace Jesús.
El hecho de que Jesús tome a un niño y lo ponga en medio de ellos, y abrazándolo les diga: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”, significa que para ser como el Señor hay que ser como niños, hay que vivir en la simplicidad y la inocencia, en la disponibilidad y en la pequeñez, bajo la mirada y la acción de un mismo Padre.
Es por eso, hermanos y hermanas mías, que “donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”.
El apóstol Santiago es muy claro en esto, pues dice: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres”.
Es un lenguaje muy actual, pues hoy en día la gente pierde la cabeza, pierde la coherencia, pierde su humanidad, su fe, su ser “hijos de Dios” por dejarse llevar por lo que es contrario al anuncio de Jesús.
Estamos puestos en este mundo para los demás, para ser servidores de los otros, para ser colaboradores de la buena obra de Dios en medio del mundo, sólo que no siempre llegamos a vivirlo, pues el mundo con sus anti-valores nos desconciertan, nos distraen, y hasta nos agobian, haciéndonos insensibles, fríos y calculadores para sacar tajada del otro en vez de ser hermanos y ayudarnos a crecer juntos.
Sí, sabemos cómo terminó Jesús sus días terrenos, pues el malvado no tiene escrúpulos en hacer el mal, en dar muerte al que no es como él, y es lo que nos dice el profeta Isaías sobre el justo:
Los malvados dijeron entre sí: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados… Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.
Es que la vida del justo es molestia para el que vive en las tinieblas.
Pidamos al Señor la gracia de aprender a vivir según el Evangelio, siendo servidores de los demás como lo fue Jesucristo. Amén.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario



Día del Señor
Señor Dios, qué valioso es tu amor
Caminaré en la presencia del Señor

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (50, 5-9)
En aquel entonces, dijo Isaías:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 114
Caminaré en la presencia
del Señor.
Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.
Caminaré en la presencia
del Señor.
El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó
y protege a los sencillos.
Caminaré en la presencia
del Señor.
Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.
Caminaré en la presencia
del Señor.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (2, 14-18)
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (8, 27-35)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.
Entonces él les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día. Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo.
Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario a la Palabra de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Hoy Jesús nos vuelve a preguntar: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
En aquella época Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y Jesús les había ordenado que no se lo dijeran a nadie, pues estaba de por medio el misterio mesiánico, y además, porque la gente debía descubrir al Mesías verdadero enviado por el Padre, y no al Mesías que ellos creían conocer según sus ideas y concepciones.
Por eso luego se puso a explicarles a sus discípulos con entera claridad que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.
Pero Pedro no entendió, -como seguramente el resto de los apóstoles (y como hubiera sucedido también con la gente)- y por tanto se lo llevó aparte y trató de disuadirlo.
Pero Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
¿Cómo podía ser que aquél que había reconocido a Jesús como Mesías, al momento fuera reprendido por Jesús con palabras tan fuertes como el decirle: “¡Apártate de mí, Satanás!”
Luego Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Es que la misión del Mesías no era la de un fuerte Rey, guerrero, guerrillero, fariseo, etc… como tantos grupos de aquella época se imaginaban… ¡NO! Jesús no era ese Mesías que ellos pensaban, sino un Mesías redentor de la humanidad caída, un Mesías liberador de las miserias humanas, un Mesías solidario con la humanidad, y por ese mismo hecho se encarnó, asumió nuestra realidad, y eso mismo invitó e invita a que realicemos: ¡ser imitadores suyos!
La primera lectura, la del profeta Isaías, habla con claridad de la misión de este Mesías enviado por Dios:
“El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás…”, y la lectura del apóstol Santiago nos invita a dar un paso en este seguir e imitar al Mesías: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Es decir, el Señor Jesús nos ha dado el ejemplo, eso mismo debemos realizar, lo que Él nos enseñó, pues de nada sirve vivir una fe desencarnada y con ideas de un Mesías mágico o de no sé qué estratósfera, que no se compromete con la realidad, que no se hace solidario con la humanidad, y que a la vez nos hace vivir divididos, como si la fe fuera algo que se vive sólo en los momentos litúrgicos o de oración, pero que no transforma la realidad, mi realidad, nuestra realidad.
Hermanos y hermanas que vivimos en este mundo, imitemos a Jesús en su entrega, pero primero pidamos luz al Espíritu Santo para poder descubrir al verdadero Mesías, y habiéndolo encontrado, nos decidamos a seguirlo e imitarlo, viviendo una fe encarnada y solidaria con Cristo, con su Iglesia y con el mundo. Amén.

sábado, 29 de agosto de 2009

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Deut 4, 1-2. 6-8; Salmo 14; Sant 1, 17-18. 21-22. 27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

¡Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo!
Los textos bíblicos de hoy nos ponen en confrontación con una realidad que vivimos a diario, y que muchas veces no nos deja vivir en autenticidad, traduciéndose en hipocresía.
El Evangelio nos habla de fariseos y algunos escribas que se acercaron a Jesús, y viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Porque los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).
Jesús les contestó que Isaías había hablado ya de este tipo de personas pues: “¡Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Moisés había hablado al pueblo ya antes, diciendo: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir… Cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño, como me ordena el Señor, mi Dios. Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos”.
Pero estas leyes o normas de las cuales habla Moisés son normas necesarias para vivir, ¿por qué entonces Jesús se queja del cumplimiento de las normas por parte de los escribas y fariseos? En realidad Jesús no se queja de cumplir las leyes prescriptas, sino del modo en cómo se aplican y en el modo en el cual viven, pues cumplen las normas a la perfección pero sus corazones están lejos del amor a Dios y al prójimo, pues se quedan en legalismos que matan el corazón y el espíritu.
Por eso, el salmo nos invita a vivir en un modo diverso las normas y reglas de vida, pues el hombre que procede honradamente y obra con justicia ése es el que “es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente”.
Pero en este camino de conversión y de amor genuino a Dios y a los hermanos no estamos solos sino que sabemos que aquello que recibimos es beneficio y que todo don perfecto viene de lo alto.
Aceptemos con docilidad la palabra que Dios ha sembrado en nosotros y es capaz de salvarnos. Pongamos en práctica esa palabra y no nos limitemos a escucharla, así no nos engañaremos a nosotros mismos. “Pues la religión pura e intachable a los ojos de Dios consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido”.
Vivamos ayudados de las normas y preceptos que Dios nos confía para ser mejores cristianos, pero vivamos al mismo tiempo en la libertad de los hijos de Dios, donde el amor prima por sobre la ley y da plenitud a la Ley.
Que el Dios de la Vida y del Amor nos colme con su gracia para vivir en la plenitud del amor hacia él y nuestro prójimo. Amén.

domingo, 23 de agosto de 2009

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Jos 24, 1-2.15-17.18; Salmo 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 55.60-69

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Terminamos este tiempo con la lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el milagro de la multiplicación de los panes y el discurso del Pan de Vida.
El discurso de Jesús concluye con el abandono de muchos de sus discípulos, pues el lenguaje de Jesús es “duro de entender”, pero Pedro, inspirado por el Espíritu, da testimonio de fe diciendo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos que tú eres el santo de Dios”.
El mensaje de Jesús es duro porque asumirlo significa aceptar su persona y seguirlo hasta las últimas consecuencias.
El mensaje de Jesús es duro porque comer su Cuerpo y beber su Sangre significa dejarnos alimentar por Él y renunciar a lo que no es de Él, y porque significa vivir como Él nos pide.
Por eso es duro su lenguaje, porque no se trata de un Dios que facilita las cosas sino un Dios que nos complica, en el sentido de que no nos deja tranquilos pues quiere que asumiendo su mensaje lo vivamos en plenitud.
Aceptarlo como el Pan de Vida significa que solo Él es nuestro alimento, solo Él es quien nos da la vida, y todo lo demás es secundario.
Que podamos escuchar su mensaje, asumirlo y vivirlo, y que seamos alimentados sólo por su Pan (su propio Cuerpo y Sangre) a fin de que también nosotros seamos pan para los demás, seamos alimento anunciando la palabra de Dios, anunciando a Dios a los demás con nuestro testimonio y entrega y Jesús sea el centro de nuestras vidas, el centro de toda nuestra historia. Amén.

domingo, 2 de agosto de 2009

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Ex 16, 2-4. 12-15; Salmo 77; Ef 4, 17, 20-24; Jn 6, 24-35

Queridos hermanos y hermanas en Jesús.
Seguimos en este tiempo conla lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el milagro de la multiplicación de los panes.
Dice el texto que: “En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús”.
Cuando lo encontraron en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.
La multitud busca a Jesús con ansia, lo busca por tierra y por mar, ve en Él a alguien que puede ayudarlos, pero Jesús no se deja llevar por el simplismo, por el sentirse tenido en cuenta porque realiza obras, por ser “alguien” importante y con poder en el pueblo… Jesús hace ver a la gente que lo buscan no porque han visto signos sino porque han comido hasta hartarse y ven en Él a una persona que puede facilitarles la vida, que puede solucionarles los problemas con un simple gesto como el de multiplicar la comida.
Entonces ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”.
Es lo que nos dice san Pablo en su carta a los Efesios: “Declaro y doy testimonio en el Señor, de que no deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Cristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. El les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer. Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.
Estas palabras nos llevan a hacer las obras de Dios, que nosh an sido dadas en y por Jesucristo, y que san Pablo y los santos han sabido vivir en sus vidas.
Jesús nos dice: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Sí, es verdad, pues Jesús mismo es el alimento que da la vida eternal ya en esta vida para quien lo come en gracia de Dios, pore so san Pablo insiste en las obras de Dios, en vivir una vida de convertidos, de verdaderos cristianos, y no sólo una vida de tibios que no terminan nunca de saberse de qué lado están, sin comprometerse en serio con Cristo y su Palabra.
Pore so, a la vez que nos comprometemos a llevar una vida digna de los hijos de Dios, le decimos a Jesús para que vivamos más unidos a Él en espíritu y en verdad: “Señor, danos siempre de ese pan”. Amén.

sábado, 25 de julio de 2009

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Re 4, 42-44; Salmo 144; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, hoy las lecturas nos invitan a pensar sobre el don de la Eucaristía representado en estos hechos: la multiplicación de los panes en tiempo de Eliseo, y la multiplicación de los panes y peces en tiempos de Jesús.
El evangelio dice que “en aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos”.
Vemos a un Jesús preocupado por su rebaño, por las dolencias de la gente, pero el pueblo lo seguía más bien por los hechos prodigiosos que hacía por ellos.
El evangelio habla de que estaba cerca la fiesta de la Pascua, hecho que nos lleva directamente también a la Pascua de Jesús, que debía suceder y en la cual también Él debía su propia Pascua, primero con la última Cena y luego con su propia vida entregada en la Cruz.
San Juan no nos transmite los hechos de la Última Cena, pero comprende que el hecho de la multiplicación de los panes que recordamos hoy es un hecho Eucarístico. El evangelista y apóstol Juan nos transmite este hecho como central mostrándonos a un Jesús eucarístico y Eucaristía.
Este Jesús, preocupado por su gente, “viendo que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, hermano Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?” Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”.
“Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos”.
Nuevamente vemos los signos propios de lo que realizó Jesús en la última Cena: “tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer”.
Pero la gente no entiende lo que Jesús ha hecho y quieren tomarlo por su Rey, claro, es fácil la vida si se nos solucionan los problemas con una persona así, ¿no? Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: “Este es, en verdad, el profeta que había de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
La Oración Colecta, del inicio de la Misa de hoy dice: Padre santo y todopoderoso, protector de los que en ti confían, ten misericordia de nosotros y enséñanos a usar con sabiduría de los bienes de la tierra, a fin de que no nos impidan alcanzar los del cielo.
Sí, es algo muy cierto, pero la verdad es que vivimos preocupados en el hoy, en el futuro, en los bienes que nos dan seguridad… pero debemos aprender a usar de ellos sin apegarnos, con sabiduría para que estos bienes no nos quiten la paz y la alegría de ser Hijos de Dios por él amados.
Pablo nos deja un mensaje que bien puede ayudarnos a vivir lo que celebramos, pues tanto la multiplicación de los panes como la Misa que celebramos es Jesús mismo que celebramos y recibimos, y no podemos vivir bien esto si no llevamos una vida digna de bautizados: “Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”. Sí, Eucaristía y vida deben ser una sola cosa, deben vivirse con intensidad cada día, ¡prolongando la misma Eucaristía en la vida cotidiana!
“Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también una sola es la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos”.
Jesús se nos da como alimento espiritual, que nuestras vidas sean también coherentes con lo que celebramos, y que nos dejemos transformar por Él. Amén.

lunes, 6 de julio de 2009

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO – AÑO B


Lecturas: Ez 2, 2-5; Sal 122, 1 -2a. 2bcd. 3-4; Cor 12, 7b-10; Mc 6, 1-6

¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo!
La Palabra de Dios de este domingo nos presenta a Dios que habla a un pueblo incrédulo, duro de corazón y rebelde, por un lado, y por el otro a un Pablo que pide a Dios que lo libere de lo que lo atormenta y Dios le hace saber que en su debilidad Él se manifiesta.
La visita de Jesús en su tierra genera dudas sobre su persona, y no pueden creer que Jesús sea el Mesías, ya que se creen saber de dónde viene y quién es, pero sólo se quedan en lo externo. Ven a Jesús como uno de ellos y no como Mesías.
Cristo y su mensaje escandalizan, genera desconcierto y oposición, es signo de contradicción.
En la primera lectura, Dios se manifiesta a Israel por medio de un profeta, pero el pueblo es rebelde y duro de corazón. Lo mismo sucede con Jesús en su tierra, no lo aceptan, se resisten a creer y aceptar el mensaje de salvación.
Con Pablo se nos dice cómo Dios está presente en la debilidad humana y se manifiesta con su poder y amor. No lo libera del “aguijón”, pues es ahí donde Dios actúa mejor, en la debilidad humana, en donde hay un corazón necesitado de Dios, abierto a su gracia, pues Dios sabe bien lo que nos conviene. El orgullo hace que alejemos a Dios de nuestro lado. Pero en realidad nos basta con su gracia, pues en nuestra debilidad se manifiesta su poder.
Hoy Jesús nos vuelve a recordar que sólo puede obrar el milagro de la conversión y de la vida en la fe si somos abierto y sabemos recibir con corazón dispuesto al verdadero Cristo, al verdadero Mesías, y no al que nos hemos fabricado.
Que sepamos reconocernos débiles y necesitados de Dios para que Él pueda obrar en nosotros el don de su infinito amor y conversión. Amén.

domingo, 21 de junio de 2009

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Año B



Lecturas: Jb 38,1.8-11; Sal 106; 2 Cor 5,14-17; Mc 4,35-41

Queridos hermanos y hermanas, ¡alabado sea Jesucristo!
El evangelio de hoy nos presenta una escena muy interesante situada en el mar de Galilea, mientras intentan pasar a la otra orilla del mar, en la región de Gerasa.
Ese día, luego de predicar Jesús a la orilla del lago, al atardecer, les dice a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?»
Aunque el texto es muy breve, es muy rico en su contenido.
Jesús ha estado predicando sobre la fe, sobre el Reino de Dios, sobre el hacer fructificar la semilla de la fe recibida, hacer crecer el Reino de Dios en la tierra… y luego de esto, ya embarcados, en medio del lago, se despierta esta fuerte tormenta con el riesgo de anegar y afondar en el mar.
Curiosamente, ante tal tormenta, Jesús duerme, tal es así que lo fueron a despertar para que hiciera algo para que no se hundieran.
Jesús, luego de hacer “callar” el viento y el mar amonesta a los suyos por su falta de fe, aún cuando han sido ellos quienes lo han invocado para que hiciera algo. Sin embargo, parece que esa fe de los discípulos ¡no basta!, necesita ser más fuerte y más pura, que no sea por un interés como el de obrar algún milagro. Quizás sea esa la queja de Jesús. Pero ¿quién no temblaría frente a una tormenta así, con el riesgo de perder la vida todos?
En el lenguaje bíblico el ámbito del mar corresponde al dominio del mal, de lo desconocido, de lo peligroso, de lo inescrutable. Aquí ellos se encuentran navegando en medio de un mar violento, revolucionado, pero Jesús muestra su poder sobre la naturaleza, y no sólo eso, muestra simbólicamente su poder frente al mal de este mundo.
Jesús “duerme” para poner a prueba la fe de los suyos, de aquellos que ha elegido y que deben crecer en la confianza viva y verdadera en Jesús.
Este “dormir” de Jesús lo representa muy bien Sta. Teresita del Niño Jesús en sus escritos, cuando describe sus tiempo de prueba, y siente a Jesús niño que tiene en sus manos un pequeño juguete, y como niño, juega como niño, hasta que se duerme y deja “abandonado” su juguete; en tal juguete, decía la santa, se veía identificada. La imagen es creativa, pero no es que Jesús juegue con nuestras vidas y luego nos deje abandonados luego de “jugar” con nosotros, sería un Dios sarcástico, y entonces ¿dónde quedaría ese Dios y hombre verdaderos que murió en la cruz por nosotros?
La imagen nos habla de otra cosa: Dios a los que ama los pone a prueba, para que su fe sea más fuerte y pura, limpia de egoísmos y mala comprensión, purificada de todo mal entendido, quiere una fe libre, sencilla y fecunda, capaz de abandonarse totalmente y confiadamente en este Dios que nos ama con amor eterno al punto de darse totalmente por nosotros. Esa es la queja de Jesús para con los suyos, y también para con nosotros, cuando creemos y queremos que nos facilite la vida, que nos libere de las pruebas.
Es como la oruga, que al llegar a su plenitud deja su ser gusano para transformarse en una bella mariposa, pero para ello debe luchar para salir de su antiguo cuerpo o estado de vida para hacerse fuerte en sus alas y afrontar la nueva vida que se le da.
Queridos amigos en Cristo, el Dios de la vida nos ha regalado el don de la fe y con ello, el don de ser hombres y mujeres nuevos en Cristo Jesús, sepamos pedirle al Señor la sabiduría de vida, para saber vivir nuestra fe como verdaderos cristianos, como Él lo quiere, para vivir sólo de Él y con Él. Amén.

domingo, 14 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Año B


Lecturas: Ex 24, 3-8; Sal 115; Heb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26

Queridos hermanos y hermanas, ¡alabado sea Jesucristo!
El día de la Pascua, mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: "Tomad, este es mi cuerpo." Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
Y les dijo: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
Hoy celebramos con toda la Iglesia esta gran solemnidad, gran misterio y gran regalo que Dios nos hizo y hace a través de Jesús.
Esta solemnidad nos habla del gran misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús, es decir, su Encarnación y su Pascua. Así como los hebreos antes de salir de Egipto celebraron la Pascua judía, y la siguen celebrando como recuerdo de aquel gran evento fundamental de su fe, y de la acción de Dios, de su Alianza con ellos, así también –y en modo superior- el Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres, y en su querer perpetuar su Pascua, eligió celebrar su Pascua son sus discípulos, como evento celebrativo anticipatorio y como memorial de lo que iba a ocurrir: la Pascua de Jesús, nuestra gran liberación y redención obrada en su propia carne, en su propia humanidad y divinidad. Con esta Alianza, Jesús selló una ALIANZA nueva y eterna, perpetua e imperecedera con nosotros; por eso, cada vez que celebramos la Eucaristía celebramos y hacemos actual la Pascua de Jesús, nuestra pascua. Es revivir el único y sublime sacrificio de Cristo en la Cruz. Por eso debemos tomar conciencia de lo que celebramos en cada Misa: el sacrificio de Cristo en la Cruz, y nuestra liberación. Es motivo para dar gracias a Dios por tal regalo y momento de renovar nuestra alianza con Él; de renovar nuestro deseo de conversión.
Jesús al entregarse por nuestra salvación, tomó de nosotros todo lo que somos; por nuestra reconciliación ofreció sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de la esclavitud y fuéramos purificados de todos nuestros pecados.
Por esto, como Alianza y como memorial perpetuo, quiso que guardásemos por siempre en nosotros tan gran beneficio, dejándonos, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida, pues aquél que se nos ofrece para comer es el mismo Cristo, verdadero Dios y hombre.
Por esto, qué sacramento más admirable y saludable que éste, con el cual se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
Tal sacramento, tal sacrificio, se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.
Por esto, ante tal abundancia de dones en Cristo Jesús, celebremos con fuerza y convicción este misterio de Amor de Dios por nosotros. Preparémonos con seriedad y conciencia a celebrar y a recibir a este Jesús que se quedó en medio nuestro en este sublime sacramento.
Muchos milagros atestiguan de la presencia divino-humana de Jesús, demostrándonos que Él está VIVO Y PRESENTE en la Eucaristía, que no es un signo o un símbolo, sino que es una presencia REAL y VIVA en medio nuestro, y así lo quiso: quedarse con nosotros para alimentarnos en este peregrinar hacia la Patria Eterna.
Si vemos la vida de los santos, su amor hacia la Eucaristía, como por ejemplo el Padre Pío, con sus largos momentos de contemplación y oración ante el sagrario, o cuando celebraba la Misa, su devoción y ardor hacia Jesús se traslucía en su persona y en su vida.
Dejémonos enamorar por Jesús, pidamos a Dios la gracia de crecer en amor a la Eucaristía, y de dejarnos transformar por ella.
No creamos que lo que recibimos en un poco de pan y un poco de vino, es Jesús todo entero al que recibimos, a quien adoramos y quien nos transforma al recibirlo. Preparémonos adecuadamente al recibirlo en la Misa, y dedicarle un momento para estar en intimidad con Él, ¡el mismo Señor Jesucristo! Amén.

domingo, 7 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - Año B


Querido hermano y hermana, ¡alabado sea Jesucristo!
Este domingo la Iglesia nos regala meditar sobre la Santísima Trinidad, gran misterio sobre el cual es mejor callar y contemplar, por eso te ofrezco un espacio de reflexión mediante la contemplación del icono de la trinidad de Rublëv.

ABRAHAM Y SUS TRES HUÉSPEDES (Gen 18, 1-16)

Tres dulces figuras: una delante de nosotros, una a izquierda y una a derecha.
Al centro una mesa y un cáliz. Todo aparece sin tiempo, en una atmósfera de paz. Las tres figuras tienen alas. ¿Son ángeles o representan al Señor?
Así A. Rublëv ha fijado por siempre en nuestros ojos (y en el corazón) la hospitalidad de Abraham.
Algo grande se juega en el encinar de Mamré. ¿Podemos también nosotros ser comensales en esa mesa? ¿Podemos entrar en comunión con estas tres figuras? ¿O bien, son ellos los que tienen que venir a comer en nuestra mesa?
He aquí los elementos que ofrezco para un itinerario vital, para recorrer personalmente o en grupo.
No pretendo darte fórmulas, estas las encontrarás en los tratados de dogmática. Pretendo ayudarte a contemplar –a través de este icono- la Trinidad en tu vida, como lo vivió Abraham.

LECTURA DEL ICONO (comentario artístico de GIUSEPPE SALA: “Abraham y sus tres huéspedes”)
Ahora leamos con simplicidad el cuadro con la ayuda del relato bíblico. Su título más común es “La Trinidad Angélica”, pero más correctamente el Oriente la titula el fragmento en donde ella tiene origen “Filossenia”, inspirándose en Heb 13,2: “Amor por lo extranjero”. “Xenofobia” quiere decir propiamente lo contrario. Abraham en efecto tiene la inesperada visita de tres extranjeros; los recibe; les sirve en la mesa y pone sobre ella abundante comida. El anuncio del próximo nacimiento de un hijo, hecho por los tres extranjeros, hace de esta escena la primera Anunciación de la Biblia. El gran extranjero que es cada hijo para cada padre, es anunciado por tres extranjeros. Recibir a estos últimos es recibir el primero. Con fe, sin garantía alguna. Pero ¿cómo no mirar al horizonte de estos grandes y fundamentales eventos humanos, el gran extranjero, el gran Otro, que es Dios para el hombre? ¿Y cómo no conmoverse al descubrir que a la mesa del hombre se sienta el Señor? ¿Y qué cosa podría pensarse de terrible para el hombre que en su aventura tiene la chance de recibir a su Señor? Respuesta: la eventualidad atroz, pero posible, del rechazo. Sodoma y Gomorra rechazaron a los tres extranjeros que fueron a ellos después del encuentro con Abraham. Hoy, también yo, también tú puedes decir “no” a la Palabra; podrías decir lo mismo que los habitantes de las dos ciudades: nosotros nos saciamos de nuestros bienes y de nuestros gustos que ninguno puede poner en discusión. Nos bastamos a nosotros mismos. El otro, el extranjero, el no-idéntico, hasta en el sexo (hombre – mujer) y en la generación (padre – hijo) no es de nuestro agrado. Si bajo el árbol de Mamré la vida se abre al futuro, aquí (a la sombra de la ciudad-civilización del pecado) hace aparición la muerte. En el icono, velo transparente sobre lo eterno, Abraham no está. Ha reanudado su viaje en el tiempo y en el espacio. Está dejándose plasmar el corazón de su Dios, así de extraño de que llegue a ser padre, ya anciano, de Isaac; así de extraño de aparecerle una familia. Tan extraño de hacerlo sentir enternecido frente al peligro mortal de las dos ciudades. Las dos ciudades tenían poco trato con su sobrino Lot. El tío no pide venganza, sino que pide misericordia, perdón, intercediendo junto a Dios por ellos. Abraham, ¿también en esto es nuestro padre en la fe? De por sí Abraham es lejano, en el icono quedan tres puntos de relación del relato: la encina, la tienda (llega a ser ya tradicionalmente una construcción esquemática de un edificio de piedra. ¿Es la Iglesia?) y el banquete de los tres. Sobre la mesa está la copa (plato para la comida) con el cordero. Esta última escena toma todo el espacio del icono. Los tres están iluminados por el relato total de la Biblia: de la Creación a Pentecostés. Al centro está el Cordero inmolado, que a su vez está al centro de la mesa de la fiesta. Propiamente delante de nosotros hay un sitio que espera la llegada del huésped. Este huésped será Abraham con todos sus hijos en la fe, con toda la humanidad creyente que, de retorno del largo viaje sobre la tierra, al término de la aventura en el tiempo y el espacio, se sentará a la mesa por la eternidad.

¿TRINIDAD?
Hay libros enteros escritos para caracterizar en los tres Ángeles las particulares personas de la santísima Trinidad. Alguno duda de que haya una explícita voluntad de representar el misterio trinitario objetando que nunca en Oriente el Padre viene a ser representado y, si realmente se quiere aludir a Él, se lo distinguiría netamente como “Origen” respecto a la figura del Hijo y del Espíritu. Pero señalada debidamente esta puntualización, cabe recordar que el texto bíblico es respetado rigurosamente. De hecho la hospitalidad de Abraham está toda. Está la tienda, está la encina. Mas este deslizarse en primer plano de las tres figuras angélicas, los engrandece hasta ocupar prácticamente toda la escena, parece un río llegado al mar. Todo el Evangelio, toda la evolución de los distintos tipos de exégesis bíblica, toda la tradición cristiana, todo el recorrido de la liturgia y toda la historia de un pueblo que camina con el soplo del Espíritu, han hecho de estos relatos una evidente alusión al misterio trinitario. Rublëv ha pintado este icono para la iglesia de la Trinidad, sobre el lugar donde San Sergio (que propiamente en aquellos días venía siendo aclamado santo, habiendo muerto hacía poco tiempo) se sumergía en meditaciones profundísimas sobre el misterio trinitario. Es logrado de tal manera que el icono se refiere a la Santísima Trinidad, que más recoge las subsiguientes tentativas por caracterizar las particulares figuras de la Trinidad. El Padre, según una interpretación entre las más probables, es reconocible en el Ángel de la izquierda (de coloración más etérea, transparente); el Hijo es el Ángel central que bendice la copa, tiene el vestido azul y moreno (= dos naturalezas) y se coloca bajo el árbol de la vida; el Espíritu es el Ángel de la derecha porque es más dinámico, más joven, más bello y más fuerte. Pero se hace fatiga en decir las diferencias. Vienen ganas de comenzar desde el principio y cambiar las atribuciones. Vienen ganas de entender el secreto de la figura geométrica que pone de nuevo continuamente en tela todas las tentativas de “poseer” el icono. El nombre de Dios al final queda siempre secreto. Sólo él te lo puede susurrar en tu corazón.

Andrej Rublëv y los iconos
Andrej Rublëv nace en 1360, en Rusia, crea un tipo de pintura completamente independiente de los cánones bizantinos. Junto con Teofane el Greco es autor de la iconóstasis de la Iglesia de la Anunciación en Moscú, de los frescos de la Iglesia de la Dormisión en Vladimir, y de otras obras. Su principal trabajo es considerado el icono “La filossenia di Abramo”. Ella es conservada en Moscú en la Galería Tretjakov. Ha sido pintada en los inicios del siglo XV. En este icono, se armonizan profundidad teológica y sentido místico. Rublëv muere en 1430.

domingo, 31 de mayo de 2009

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS - Año B



Lecturas: Hch 2,1-11; Sal 103; Gal 5,16-25; Jn 15, 26-27; 16, 12-15

Queridos hermanos y hermanas, ¡alabado sea Jesucristo!
Hoy la Iglesia entera se llena de alegría por el Espíritu Santo que habita en Ella. Pues fue la promesa del mismo Jesús antes de partir: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí”.
Ese mismo Espíritu es el Espíritu de la verdad, que nos guía hasta la verdad completa, y por esta misma verdad es que también nosotros podemos dar testimonio, porque estamos con Cristo.
Así fue, que aquél “día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”.
El hecho nos describe la fuerza de tal evento y la transformación realizada en los discípulos, que vivían un tanto escondidos por temor a los judíos. Sin embargo, la fuerza del Espíritu Santo transforma de manera tal sus corazones que no solo les da la fuerza y el coraje para salir del miedo sino que además les da la gracia de los carismas para anunciar a todos (había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo) el mensaje de la salvación obrada en y por Jesucristo.
Ante tal ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios». En efecto, el Espíritu lleva a hablar y anunciar las maravillas de Dios, lo que Él ha hecho por nosotros.
Hoy en día también vivimos bajo la acción y el consuelo del Espíritu Santo, sólo que muchas veces no nos damos cuenta de la eficacia de tal presencia, pues vivimos preocupados en medio de las actividades de cada día, preocupados y hasta a veces angustiados por las cosas que suceden en el mundo.
El Espíritu Santo, el Abogado, el Consolador, el que está con nosotros para defendernos y aconsejarnos, está con y en cada uno de nosotros, sólo basta saberlo invocar, basta saber vivir en su presencia; Él nunca nos abandona, pero si nosotros lo rechazamos, su gracia en nosotros será en vano.
Por eso, sigamos el consejo de San Pablo: “Por mi parte les digo: Si viven según el Espíritu, no den satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacen ustedes lo que quieren. Pero, si son conducidos por el Espíritu, no están bajo la ley”.
Es decir, si queremos vivir realmente bajo la acción del Espíritu, seamos coherentes con nuestro obrar, pues de lo contrario, nada en nosotros producirá buenos frutos, y los buenos frutos del Espíritu son: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí”. Ahora bien, “las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes”. Ante todo esto, Pablo nos previene que “quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”.
Pues, somos de Cristo Jesús, y si somos suyos, debemos vivir según el Espíritu, y si vivimos según el Espíritu, debemos obrar también según el Espíritu.
Ánimo, no tengamos miedo de invocar al Santo Espíritu de Dios, invoquémoslo a cada instante, llamémoslo a formar parte de nuestra vida, de nuestras actividades, sintamos su presencia que nos da paz y los demás frutos de su gracia. Que la agitación en la que vivimos en este mundo no nos prive de sentirnos acompañados y aconsejados por Él.
Que se cumpla hoy en nuestras vidas un nuevo Pentecostés, invoquemos al Espíritu para que descienda sobre nosotros, nuestros familiares y amigos, sobre la Iglesia, para que seamos fieles testimonios de Cristo resucitado. Amén.

domingo, 24 de mayo de 2009

VII DOMINGO DE PASCUA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - Año B



Lecturas: Hch 1,1-11; Sal 46; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20

Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo.
Hoy celebramos con toda la Iglesia el misterio de la ascensión del Señor, el mismo crucificado y resucitado, sube para sentarse a la diestra del Padre.
Pero antes de partir nos dejó una misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”, pues quien decide no creer rechaza la salvación de Dios, pues no acepta dejarse transformar por Él, y se cierra a la acción de la gracia.
Y Jesús promete a aquellos que crean estas señales: “en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”. Sí, puede que al leer esto nos venga a la mente algún cuanto de fábula, pero las promesas del Señor son verdaderas, sólo que nuestra fe no llega a creer tantas cosas y por eso limitamos la acción de Dios. Tantas veces no creemos en la fuerza del testimonio y de la predicación de la Palabra en nuestras vidas, en nuestro entorno, con aquellos más cercanos y no tanto, y todo esto hace que se ponga a prueba nuestra fe, preferimos quizás seguir los caminos fáciles de este mundo que nos propone lo contrario al anuncio de Cristo.
Si vemos los libros del Nuevo Testamento, vemos que estas palabras de Jesús se cumplen en aquellos que creen: “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”.
Pero como Él sabe de nuestra debilidad e incredulidad, nos dijo: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Pero ¿qué tiene que ver todo este discurso con la fiesta de hoy? Justamente en que el crucificado-resucitado es el mismo que sube al cielo, y es el mismo que nos espera allá, en el Reino del Padre, pero quiso que antes de unirnos a Él continuáramos su acción de redención en el mundo, siendo sus testigos hasta el fin.
Su partida no es un abandono de su parte, sino una promesa doble: por un lado, la promesa de enviarnos su Espíritu; y por otro, la promesa de que un día nos encontraremos con Él.
Mientras tanto, debemos ir creciendo en gracia delante de Dios, por eso el apóstol Pablo nos exhorta a que vivamos de una manera digna de la vocación con que hemos sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándonos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, porque hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que hemos sido llamados.
Pues a cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.
Sí, ésa es nuestra misión, ser en Cristo “otros Cristos”, es decir, llevar una vida conforme al Evangelio de Jesús, preparándonos y ayudando a nuestros hermanos a prepararse para que –habiendo vivido una vida plena en Cristo-, podamos entrar en la gloria que Él nos ha preparado de ante mano.
Todo lo que hacemos en esta tierra resuena en la eternidad, y si no hemos sido buenos con nosotros y con los demás, si no hemos sido testimonios del amor de caridad hacia Dios, hacia el prójimo y hacia nosotros mismos, entonces se vuelve difícil llegar a donde está Él.
Que podamos abrir nuestros ojos y sobre todo nuestros corazones a la acción divina, para ser sus testigos en todo el mundo SIEMPRE y en TODO LUGAR, sin miedo al qué dirán o vergüenza por testimoniar a Jesús. ¡Ánimo, Él ha vencido el mundo y está a nuestro lado! Amén.

domingo, 17 de mayo de 2009

VI DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 10, 25-27. 34-35. 44-48; Sal 97; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17

Queridos hermanos y hermanas en Jesús, hoy continuamos con la liturgia de la Palabra a meditar sobre la continuación del evangelio del domingo pasado.
Era necesario para permanecer unidos a la Vid, unidos al Amor, que cumpliésemos los mandamientos que el Padre nos ha dado en Jesús.
Jesús nos dice que este mandamiento, con el cual permanecemos unidos, es el AMOR, pues nos dice que así como el Padre lo amó a Él, también Él nos ha amado a nosotros, y si permanecemos en su amor, permaneceremos también en el amor del Padre.
Entonces la condición para permanecer en su amor es: guardar sus mandamientos, como Él ha guardado los mandamientos del Padre, y permanece en su amor.
Esto nos lo dice Jesucristo para que su gozo esté en nosotros, y nuestro gozo sea colmado, pleno de su amor y de su gozo.
Sí, Jesús quiere compartir su alegría y su amor con nosotros, por eso nos pide que permanezcamos en su amor, guardando sus mandamientos, y nos da la norma para saber si vivimos o no unidos a Él y al Padre; éste es el mandamiento: que nos amemos unos a los otros como Él nos ha amado.
Él nos ha dado el ejemplo, pues esto del amor no es una utopía, o una cosa desencarnada de la realidad, o un discurso estereotipado, y si lo pensamos así, estamos muy lejos de la realidad. Jesucristo mismo lo vivió en carne propia, por eso nos dice: “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. Pues Él mismo dio su vida por nosotros, derramó su sangre por nuestros pecados, porque nos ama, y sólo quiere nuestro bien, sólo quiere que compartamos su misma gloria y su misma alegría, la de permanecer unidos a Él.
Nos dice que somos sus amigos, si hacemos lo que Él nos manda: “que os améis los unos a los otros”.
Él mismo nos ha elegido, y nos ha destinado para que demos fruto, y que nuestro fruto permanezca.
San Juan, el discípulo amado de Jesús, nos lo vuelve a repetir, él que hizo la experiencia de apoyar su cabeza en el corazón de Jesús, de sentirse amado por el Maestro, de saberse elegido por Él, nos dice a nosotros para que podamos ser verdaderos discípulos amados del Señor: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”.
Y este amor de Dios no es algo fuera de este mundo, o algo imposible que nos pide, pues el Padre mismo nos manifestó el amor que nos tiene: “en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él”; muriendo su Hijo en una cruz, redimiéndonos con su amor de nuestras rebeldías y debilidades para que aspiremos a una vida mejor, en el amor.
“Pues en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.
Sabemos que día a día nos sentimos bombardeados de cosas que no son lo que Dios nos pide, o lo que Dios desea para nosotros, nos llenamos o intentamos saciarnos de las cosas de este mundo sin encontrar la verdadera felicidad, a veces usamos a los demás o los pisoteamos con tal de sobresalir o de sentirnos mejores que los otros, queremos tener todo y a la vez no tenemos nada, pues nos falta la verdadera felicidad, el verdadero amor, el amor que Jesús nos pide y del cual Él nos dio ya el ejemplo: morir a nosotros mismos para dar vida a los demás. ¿De qué te sirve tener todo el mundo si tu vida es vivida en la in-saciedad, en la compulsividad de comprar y tener, en el deseo de poder, pero todo muy lejos del verdadero amor, del verdadero amar y sentirte amado?
Dediquemos unos minutos a pensar cómo vivo mi vida, y si permanezco en el amor de Jesús.
Que tengan una buena semana en el Señor. Amén.

domingo, 10 de mayo de 2009

V DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 9,26-31; Sal 21; 1 Jn 3,18-24; Jn 15,1-8

Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Hoy la liturgia de la Palabra nos regala el hermoso texto con la imagen de la viña.
Jesús nos dice: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto”.
Quien conoce este tipo de plantas, sabe muy bien lo que significa cuidar una viña, podarla en el tiempo oportuno, podando no sólo las ramas que puedan estar secas, sino también aquellas que están verdes para que pueda producir la uva con más fuerza y mayor calidad. En esta Vid, que es Cristo, estamos nosotros, y el Padre es el viñador, el encargado de cuidar su viña.
Pero uno se puede preguntar, para que tanta necesidad de podar, porqué no dejar la planta que crezca libremente, el problema es que si no se la poda, no llega a dar buenos frutos, no tendrá la fuerza necesaria y los frutos serán pocos, o bien, de muy mala calidad: “Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”.
Es por eso que es necesario estar unidos a la Vid para dar frutos, porque sin la savia que corre dentro no se puede vivir, y es la misma que corre por toda la planta y la mantiene viva, es la misma vida divina de Jesús la que nos mantiene alimentados; pero también es necesaria la poda, aún cuando parezca que sin ella todo pueda ir igualmente bien. La poda, que hace sufrir a la planta, la dispone para un bien mayor. Así hace le Padre con su Viña, la poda, la limpia, para que los frutos sean bueno y mejores, más allá de que sabe que la “poda” hace sufrir, produce dolor. Y si hay algo en la planta que no da fruto, y que le hace mal, debe ser arrancado de ella. Todo esto se arroja fuera, al fuego, pues no sirve sino para eso. “Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos”.
Sí, queridos míos, el misterio de la “poda”, es decir, el misterio del dolor y del sufrimiento es algo que muchas veces no tiene explicación, pero es necesario para poder vivir y dar mayor calidad a la vida. Esto no es masoquismo, es la ley de la vida. Si vemos bien, desde el momento mismo en que nacemos y somos separados de la madre en el parto, sufrimos, pero si esta “poda” (sufrimiento) no se da, no habrá vida, ni para la madre ni para el hijo.
Pensemos bien en las cosas que es necesario dejarse podar por el Padre, y demos sentido a nuestra existencia, pongámonos en sus manos seguras que Él nos cuida y nos ayuda y enseña a dar frutos buenos y en abundancia. Y esta poda sucede muchas veces por la Palabra de Dios, cuando la escuchamos con atención y dejamos que de vida en nosotros, como dice Jesús: “Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado”.
Y en esto sabemos si verdaderamente estamos unidos a la Vid, y damos frutos verdaderos, como dice el apóstol Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad”.
Sí, porque los frutos se ven cuando son reales y verdaderos, es decir, cuando son concretos; porque de nada sirve decir que amamos si en verdad no amamos con las obras. De nada sirve decir que amamos a Dios si al hermano que tenemos al lado no lo amamos, no lo ayudamos a crecer; porque el amor se expresa por las obras. Miremos como Dios nos mira y ama, y así entenderemos la misericordia con la cual atiende a este, su hijo, que está lleno de imperfecciones, pero sin embargo Él sigue amando, esperando, podando y acompañando para que no se rinda, para que siga luchando por estar unido a la Vid y pueda dar frutos buenos.
Y esto de dar frutos se hace evidente cuando “guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” a Dios, porque “este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”.
Porque “quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio”.
Por tanto, dejemos que el mismo Espíritu del Señor nos ilumine, nos sostenga y acompañe, pero también dejémonos podar por su Palabra, para que podamos dar frutos en abundancia. Amén.

domingo, 3 de mayo de 2009

IV DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 4,8-12; Sal 117; 1 Jn 3,1-2; Jn 10,11-18

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, este domingo de Pascua, llamado también del “Buen Pastor”, la Iglesia lo dedica a la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Porque Jesucristo, que es la piedra angular, ya que no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos, es el Buen Pastor por excelencia.
Quisiera dedicar esta reflexión a los pastores, a aquellos que deben guiar al Pueblo de Dios mediante una misión divina, encomendada por el Padre a cada uno de ellos.
Nos dice San Juan en una de sus cartas: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él”. Sí, todos somos hijos en el Hijo, y por ese gran amor con que nos ama el Padre nos ha concedido el nombre de “hijo”, pero sucede que de entre estos hijos, el Padre ha elegido a algunos para ser guías y pastores para que sean mediadores entre el Padre y los hijos, y entre el Pastor y su rebaño. Por eso Dios ha llamado de entre el rebaño a algunos con una misión, una vocación especial: ¡ser pastores!
Esto no es ningún mérito ni debe ser para sentirse más que los demás, todo lo ¡contrario!, son llamados para ser SERVIDORES, para que con humildad se pongan al servicio de sus hermanos.
Pero como los pastores elegidos son humanos, no están libres de errores y de tentaciones, de caídas y de pecados… por eso el mismo Jesús se pone como modelo de Pastor, Él es el BUEN PASTOR : “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas”.
Sí, éste es el ejemplo a seguir, ¡Jesucristo mismo!
La imagen del pastor, en el pueblo de Israel, era una imagen común. El pastor pasaba mucho tiempo cuidando a sus ovejas, yendo de un lado a otro, por eso, llegaba a conocer a cada una personalmente, hasta llegar a darle un nombre a cada una, llegaba a conocer sus características, a conocerlas en profundidad, y estaba dispuesto a pasar por ellas muchas incomodidades, el calor, el frío, el mal tiempo, los peligros, pues su rebaño era todo para el pastor; no así para el asalariado, que solamente se contentaba con hacer lo justo y necesario, y hasta menos, pues las ovejas no eran suyas.
Jesús invita a los pastores a tomar su ejemplo, a imitarlo, a seguirlo, incluso a salir para buscar a otras ovejas que están lejos: “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.
“Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Sí, este Jesús, que da su vida por las ovejas, y que tiene el poder de recobrarla, es el supremo Pastor del rebaño.
Recemos por nuestros pastores, pidamos por ellos, para que sean fieles imitadores de Jesús en la misión que el Padre les ha encomendado; pidamos para que haya más vocaciones, personas generosas que deseen seguir a Jesús y cuidar su rebaño. No tengamos miedo de preguntarnos también si el Señor no me llama a seguirlo en un modo especial, para continuar cuidando a sus ovejas.
Por último, como pueblo de Dios estamos llamados a acompañar y ayudar a los pastores a que cumplan su misión, estamos llamados a ayudarlos a crecer como pastores verdaderos.
Pongámoslos bajo el cuidado del Buen Pastor, para que ellos sean imagen y semejanza del único Pastor del rebaño de Dios. Amén.

domingo, 26 de abril de 2009

III DOMINGO DE PASCUA - Año B



Lecturas: Hch 3,13-15.17-19; Sal 4; 1 Jn 2,1-5a; Lc 24,35-48

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
El Evangelio de hoy nos relata el regreso de los discípulos de Emaús, junto con la trasmisión de su experiencia al partir el pan y reconocer a Jesús resucitado en medio de ellos y la aparición de Jesús al resto de los apóstoles reunidos.
“Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»”. “Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas”.
Jesús, se presenta nuevamente a los suyos y les ayuda a entender lo que Él les ha anunciado ya cuando predicaba. La paz que les da es para que la vivan y la comuniquen al mundo, mediante el testimonio de aquello que han visto y oído de Él. Y el mensaje central es este, el kerygma, el primer anuncio, que consiste en anunciar que Jesús murió y resucitó por nosotros, para el perdón de nuestros pecados.
Ante esto, puede surgir un problema, que no nos sintamos capacitados para lo que el Señor nos manda, porque a lo mejor no somos fieles discípulos de su Palabra, y por tanto no somos “testigos de estas cosas”.
Por eso la invitación de san Juan viene en nuestra ayuda para aclararnos y enseñarnos lo que debemos hacer: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”.
¡Su mensaje no puede ser más claro! Nos dice de no pecar, pero que si caemos, no nos quedemos allí, sino que nos levantemos, pues tenemos un abogado, Jesús, que nos ha redimido; y el modo de dar testimonio de Él ante el mundo es guardando su Palabra, sus mandamientos, sólo así podremos hacer experiencia de Jesús, pues Él es el Verbo, la palabra que pronunció Dios Padre para nosotros, para que vivamos con Él y como Él.
Tantas veces nos disculpamos personalmente e interiormente, dejándonos llevar por cosas que son contrarias a nuestros valores y creencias, con la escusa de no ser anticuados, con el pretexto de vivir como el resto de las personas, pero nos olvidamos que el anuncio que Dios nos dio a través de Jesús no es una moda sino un modo de vida, una exigencia de vida, un vivir mi vida en sintonía con Él. ¡No nos dejemos llevar por aquellas cosas que parecen más fáciles o simples, hagamos la experiencia del amor de Dios en nuestras vidas, y así podremos amar su Palabra y hacerla carne en nosotros! Es decir, encarnar el Evangelio de Jesús en nuestras vidas.
Por eso, si nos decimos cristianos, si llevamos el nombre de los seguidores de Cristo, si decimos que lo conocemos, entonces debemos vivir en la verdad, en la verdad de la Palabra de Dios, viviéndola cada día, porque “quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”. Amén.

domingo, 19 de abril de 2009

II DOMINGO DE PASCUA - "de la Divina Misericordia"



(Domingo de la Octava de Pascua) - Año B
Lecturas: Hch 4,32-35; Sal 117; 1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31

Queridos hermanos y hermanas, «la paz esté con ustedes».
En este domingo de la octava de Pascua, llamado también de la “Divina Misericordia” la liturgia nos presenta un hermoso texto del Evangelio de Juan.
Dice que “al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
Jesús se presenta en medio de los suyos transmitiéndoles los frutos de la Pascua, la PAZ, y a su vez les muestra los signos de su amor por la humanidad: las heridas abiertas de los clavos y del costado. El crucificado es el mismo resucitado.
Pero esta vez Jesús les dice de nuevo: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío», y soplando sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Sí, Jesús no les da la PAZ para que la conserven para ellos mismos, sino que les transmite la paz de su espíritu, para que anuncien a la humanidad lo que han visto y oído, pues la pascua de Jesús es el evento redentor para todo hombre y mujer de todos los tiempos.
Y al soplar sobre ellos les da el poder de perdonar los pecados, pues la misericordia de Dios es inmensa y sabe de nuestra fragilidad, por eso no basta con su Pascua, también nosotros debemos hacer experiencia de la Pascua, tanto de la de Jesús como de la nuestra personal: morir a nosotros mismos para resucitar. Porque su amor es eterno y siempre nos espera, nos da aún el regalo del perdón de los pecados en esta vida para crecer como cristianos.
Pero en todo este relato, Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros».
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
Esta parte del relato bien se puede aplicar a nosotros, que no hemos vivido con Jesús y que no hemos hecho experiencia de estar con él en carne y hueso.
Muchas veces podemos tener la tentación de decir a los demás: “si no lo veo, no lo creo”; o “no creo que Dios exista, puesto que suceden tantas cosas malas en el mundo”, etc., creo que cada uno podría contar algo al respecto. Es que necesitamos signos para creer, muchas veces no nos basta lo que nos dicen los demás, y necesitamos ver para creer. Jesús aquí nos deja una enseñanza: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído», nos llama dichosos a nosotros, que creemos en Él sin haberlo visto. Sí, porque la fe en Dios no es algo que se pueda medir por el microscopio, lo mismo que el amor; ¿cómo puedes demostrarle a la otra persona que la amas? Es imposible medir el amor, poder palparlo, tocarlo, pues el amor no es una medida matemática o científica, es la expresión de la persona que se da, que se dona al otro con libertad, como lo hizo Jesús por mí, por ti, por todos y cada uno de nosotros.
Por eso nos dice Jesús: “dichosos”, porque creemos en Él con una fe mayor. Y muestra de este amor de Jesús por nosotros son sus signos: los estigmas de la cruz, su presencia en mi vida, aún cuando el camino se hace difícil o casi imposible de seguir… Él está a mi lado, a tu lado, para sostenerte, pues recuerda que Él ya tomó la cruz por nosotros, Él ya tomó nuestros pecados y rebeldías, nuestros dolores y desesperanzas, nuestras fatigas y desalientos sobre sus hombros, y llevó todo a cumplimiento con su muerte en cruz y su resurrección triunfante, y todo ¡porque nos ama con amor eterno!
El evangelista dice luego que: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Amén.

viernes, 3 de abril de 2009

DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR


Año B

Lecturas: Is 50,4-7; Sal 21; Fil 2,6-11; Mc 14,1-15,47

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy celebramos con toda la Iglesia la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén, y también –¿por qué no?- la entrada triunfante de Jesús con su cruz, pues más allá de que la cruz significó una frustración y un ver apagados los sueños de muchos, paradojalmente, la cruz ha sido el triunfo de Jesús sobre la muerte y el pecado, y la victoria de la humanidad entera en Cristo Jesús.
La lectura de la “Pasión del Señor” debe llevarnos a contemplar las escenas de la pasión misma, ver cada uno de los personajes, saber escuchar los diálogos y usar bien de la imaginación para representarnos todo el proceso.
Por una parte, vemos a los jefes de los Sumos Sacerdotes que buscan capturar a Jesús; la mujer que entra en la sala y perfuma los pies de Jesús en Betania, y la actitud de los demás frente a este hecho. La acción de Judas que busca entregar al Maestro, nos muestran los claroscuros de lo que va viviendo Jesús en estos últimos días de su vida terrena.
En el diálogo de los discípulos con Jesús, que le dicen: “¿Dónde quieres que te preparemos la pascua?”, podemos preguntarle también nosotros esto mismo a Jesús, ¿dónde quieres que te preparemos la Pascua?, ¿en nuestro corazón? Pues es ahí donde debemos vivir la pascua con Él, en lo profundo de nuestro ser, bien dispuestos a dejarnos tocar por Él, dispuestos a morir con Jesús para darnos y dar vida.
Más allá de todas escenas, me parece interesante, para que pongamos atención, los momentos centrales de la pasión.
Jesús debe asumir el cáliz que el Padre le pide, ha aprendido a obedecer, y esta obediencia no es sino AMOR, amor al padre y amor a la humanidad, pues quien ama sólo puede obedecer, pues el amor es tan fuerte que sólo se puede obedecer a ese amor que mueve la inteligencia y el corazón con la voluntad, y esto es tal que se lleva a amar hasta la locura de la cruz.
Jesús muy bien podía rebelarse contra los que lo entregaban contra los que lo negaron o abandonaron (como Pedro y los demás apóstoles), sin embargo, era la hora de la prueba, donde se prueba el verdadero amor, donde Dios se juega por amor a la humanidad.
Esto debe llevarnos a reflexionar sobre nuestras vidas y nuestra relación con el Señor, en qué medida sabemos responder a ese amor libre y gratuito. Y sin embargo, cuántas veces somos egoístas en dar amor, y más que dar amor, lo exigimos sin más, sin siquiera amar de verdad.
Pedro, con su carácter impulsivo y siempre dispuesto a todo por su Maestro, no se conoce en profundidad y hace promesa que no podrá cumplir, pues en aquél momento que prenden a Jesús, su coraje y su amor por Jesús se desvanecerá cuando se sentirá presionado por la gente al reconocerlo como uno de sus seguidores. Sí, el miedo a morir, a ser torturado todavía no está en sus planes, es que no se da cuenta que lo que vale es el amor de Dios que obrará en él la salvación por medio de la pascua de Jesús, y no tanto su persona como discípulo en demostrase capaz –o incapaz aquí- de ser el primero en prometer a Jesús que no lo abandonará nunca y hasta será capaz de dar la vida por Él. Pero… el canto del gallo le recordó su cobardía, su falta ante su querido maestro, y el llanto amargo lo hizo recapacitar en su miseria, tan necesitado de la misericordia y del amor de Dios.
Lo mismo sucederá en el huerto de los Olivos, el sueño será más fuerte que el amor por el maestro, y no serán capaces los discípulos de velar con Él para sostenerlo en la dura prueba de asumir el cáliz que le ofrecía el Padre. Jesús se encuentra solo, con una soledad de amargura y angustia, con el tentador a su lado que lo atormenta y lo tienta para que abandone la empresa de morir en la cruz; para Él no es fácil aceptar la voluntad del Padre, pero su amor a Él y a la humanidad lo harán vencer esta dura batalla.
Seguramente el beso de entrega de Judas fue un golpe duro para todos, y a la vez contradictorio, pues mediante un gesto bueno se está realizando otro que nada tiene que ver con el amor.
Una vez conducido Jesús para juzgarlo, los Sumos Sacerdotes ponen testigos falsos para enjuiciarlo, pues no encuentran realmente de qué cosa juzgarlo, pero su envidia y su egoísmo hacen que busquen pruebas falsas. Por último, Jesús, reafirmando su verdad (ser Hijo de Dios) será condenado por ellos.
Pero luego, frente a Pilatos, las cosas no cambiarán, y éste, por miedo a los judíos, entregará a Jesús, sabiendo que no hay maldad alguna en Él.
La sentencia ya está dada, Jesús, luego de ser maltratado, va camino al Calvario con su cruz, esa cruz que son nuestras vidas, con nuestros pecados y miserias, con nuestro rencores y odios, con nuestros miedos y debilidades, con nuestro amor e infidelidades… sí, allí estamos también, y se hace pesada la cruz, pues Él se hizo pecado por nosotros, para redimirnos con su sangre.
En su camino se encuentra con aquellos que lo consuelan y también con los que se burlan, pero hay en Él una experiencia de soledad, pues sólo Él puede llevar esta cruz, solo Él puede llevar a término lo que el Padre le ha confiado, ni siquiera el cirineo que lo ayuda a llevar la cruz puede verdaderamente cargar con todo esto.
Ya en cruz, al final del tormento, Jesús exclama: «Eloì, Eloì, lemà sabactàni?» («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), es que siente incluso el abandono de su Padre. Su soledad es mortal, y sin embargo, sigue fiel a la voluntad del Padre.
Cuánto dolor y cuanta pena habrá experimentado Jesús en todo esto, pero también cuánto amor y cuanto ardor por nosotros experimentó, al punto de no dar marcha atrás.
Queridos hermanos y hermanas, revivir la pasión del Señor no es un paseo, no es una novela o una historia de alguien que fracasó, ¡es la HISTORIA DE AMOR de Dios por nosotros! Y es necesario que lleguemos a desear penetrar este misterio para poder comprenderlo y ser más conscientes de ello para que nuestras vidas sean realmente un vivir en unidad al amor de Dios.
Francisco de Asís, cuando pasó su último tiempo terrenal en La Verna, le pidió a Jesús la gracia –antes de morir- de poder experimentar en su propia vida –en la medida de su posibilidad-, en su propia persona y en su alma, los sufrimientos que Él experimentó al dar su vida en la Cruz, y el poder experimentar el amor que Jesús experimentó por nosotros al entregar su vida. Fue así que el Señor le concedió recibir los estigmas de la pasión.
Quizás nosotros no pidamos recibir esto, pero sí podemos pedir al Señor el poder sentir un poco de aquel amor que Él vivió por nosotros cuando entregaba su vida al Padre redimiéndonos.
Que podamos vivir esta Semana Santa y estas Pascuas de Resurrección en la gracia de experimentar esta AMOR de Jesús, de Dios por nosotros, que nos amó y nos ama con amor eterno (Jer 31,3), hasta la locura de la cruz. Amén.